sábado, 12 de enero de 2013

IMPULSOS, XII

Ejemplo de dolor callado:

Era verano y un grupo parroquial organizó una acampada para niños y niñas de la comunidad.
Entre ellos había una niña amiga, alumna ejemplar con máximas calificaciones y que, además, solí dedicar sus horas libres a cuidar a sus hermanos menores, ya que sus papás estaban trabajando.
Esta niña padecía una enfermedad genética que condicionaba su vida y la de sus hermano a una muerte prematura.
Tenía mucha confianza conmigo y yo le había auxiliado en numerosas ocasiones, le había levantado el ánimo; en varias ocasiones ella manifestaba sin hablar, solo con sus gestos de dolor, me declaraba lo que estaba sufriendo física y moralmente; me dijo
confidencialmente:
“Sufro dolores horribles en todo mi cuerpo; yo no lo digo a mis papás, para no causar más preocupación, pobrecitos, lo que tienen que trabajar para sacarnos adelante; no les diga usted nada, se lo suplico; esto debe ser un secreto entre usted y yo, ¿ usted me lo promete, verdad? no crea que mi dolor es inútil; cada minuto ofrezco mis callados y tan duros sufrimientos para unirlos a los que sufrió Jesucristo, mi gran amor, para redimir los pecados de este mundo” – y se echó a llorar.
Cuando tuve noticia de su fallecimiento, lloré yo también mi promesa de silencio que a esta niña , una auténtica “mártir  de dolor.” 
Trabajaba como una adulta desde sus nueve tiernos  años; no podía comer de todo y era muy susceptible a las alergias de diversos alimentos.

Una vez llegados al Campamento, los Cuidadores ofrecieron una merienda rutinaria que todos tomaron con normalidad; nadie tuvo problema alguno.
Nuestra Alumna se sintió indispuesta; todos trataron de reanimarla, pero ella empeoraba por momentos; el Jefe y responsable de la Acampada decidió trasladarla al Hospital más cercano; emprendieron el viaje sanitario a toda velocidad..
A los pocos minutos, en pleno  nerviosismo de todos, la niña dejaba de respirar; no se pudo hacer nada más; llegó muerta al Hospital.
Nos unimos a la familia con la que estuvimos veinticuatro horas llorando por esta amiga y alumna excepcional.
Su cuerpo fue depositado en  el sepulcro familia en una pueblecito de la provincia de la provincia española de su procedencia.
He vuelto a visitar su tumba varias veces; la he sentido muy cerca en el transcursos de estos años, y la considero una de las persona de las que más he aprendido a vivir, a sufrir, y a morir con un objetivo más alto y digno.

Creo en la Fe de las gentes, cuando luchan por conseguir puestos de trabajo, en una gran actividad, haciendo bien a quienes lo necesitan, fama, dinero y honores; pero mi humana inteligencia y sincera voluntad se inclinan hacia el ideal logrado por esta niña angelical
que supo, por encima de todo, ser fiel a su servicio de corredentora de los pecados y las maldades que nos aquejan a todos.

Y, todo, con el valor añadido del silencio martirial.  
¡Cuánto mérito encierra!

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