Era verano y un grupo
parroquial organizó una acampada para niños y niñas de la comunidad.
Entre ellos había una niña
amiga, alumna ejemplar con máximas calificaciones y que, además, solí dedicar sus
horas libres a cuidar a sus hermanos menores, ya que sus papás estaban trabajando.
Esta niña padecía una
enfermedad genética que condicionaba su vida y la de sus hermano a una muerte
prematura.
Tenía mucha confianza conmigo
y yo le había auxiliado en numerosas ocasiones, le había levantado el ánimo; en
varias ocasiones ella manifestaba sin hablar, solo con sus gestos de dolor, me
declaraba lo que estaba sufriendo física y moralmente; me dijo
confidencialmente:
“Sufro dolores horribles en
todo mi cuerpo; yo no lo digo a mis papás, para no causar más preocupación, pobrecitos,
lo que tienen que trabajar para sacarnos adelante; no les diga usted nada, se lo
suplico; esto debe ser un secreto entre usted y yo, ¿ usted me lo promete,
verdad? no crea que mi dolor es inútil; cada minuto ofrezco mis callados y tan duros sufrimientos para
unirlos a los que sufrió Jesucristo, mi gran amor, para redimir los pecados de este mundo” –
y se echó a llorar.
Cuando tuve noticia de su
fallecimiento, lloré yo también mi promesa de silencio que a esta niña , una auténtica
“mártir de dolor.”
Trabajaba como una adulta
desde sus nueve tiernos años; no
podía comer de todo y era muy susceptible a las
alergias de diversos alimentos.
Una vez llegados al
Campamento, los Cuidadores ofrecieron una merienda rutinaria que todos tomaron con
normalidad; nadie tuvo problema alguno.
Nuestra Alumna se sintió
indispuesta; todos trataron de reanimarla, pero ella empeoraba por momentos; el Jefe y
responsable de la Acampada decidió trasladarla al Hospital más cercano;
emprendieron el viaje sanitario a toda velocidad..
A los pocos minutos, en
pleno nerviosismo de todos, la niña
dejaba de respirar; no se pudo hacer nada más; llegó
muerta al Hospital.
Nos unimos a la familia con
la que estuvimos veinticuatro horas llorando por esta amiga y alumna excepcional.
Su cuerpo fue depositado
en el sepulcro familia en una
pueblecito de la provincia de la provincia española de su
procedencia.
He vuelto a visitar su tumba
varias veces; la he sentido muy cerca en el transcursos de estos años, y la considero
una de las persona de las que más he aprendido a vivir, a sufrir, y a morir con un objetivo más
alto y digno.
Creo en la Fe de las gentes,
cuando luchan por conseguir puestos de trabajo, en una gran actividad, haciendo
bien a quienes lo necesitan, fama, dinero y honores; pero mi humana
inteligencia y sincera voluntad se inclinan hacia el ideal logrado por esta
niña angelical
que supo, por encima de todo,
ser fiel a su servicio de corredentora de los pecados y las maldades que nos
aquejan a todos.
Y, todo, con el valor añadido
del silencio martirial.
¡Cuánto mérito encierra!
¡Cuánto mérito encierra!
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