“Era
un día caluroso del mes de junio en España.
Al
salir de clase al final de la mañana, me dirigí a echar un trago de un botijo
de barro rojo que tras pasar toda la noche al raso, regalo de nuestro Director,
contenía dos litros de agua riquísima de auténtico placer natural.
Apenas
cayó el agua en mi boca pude comprobar que un mal hijo de su madre, había
vaciado su botija llena en el silencioso botijo refrescante.
Fue
tanto mi asco que dije en alta voz para que todo el mundo se enterase de la
pérfida meada:
“¡¿Quién
ha sido el guarro que se ha meado en el botijo?!”
Hubo
sonoras carcajadas en el momento de aparecer el señor Director del colegio; se
produjo un silencio total.
El
Director y Profesor del octavo
curso de E.G.B. dijo:
“Por
favor, vuelvan a su aula todos los alumnos/as de octavo”.
Sentados
todos, el Director preguntó:
“El
que haya cometido este desagradable y feo acto, debe confesar libremente; luego
pedirá perdón al compañero perjudicado y así terminará todo en paz.”
Pasó
media hora, y nadie habló.
Todos
observamos la tristeza de nuestro gran amigo y la vez recto en su conducta;
reflexionó serio hasta que nos propuso:
... *
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