“He sido fundador, Director y
Titular de tres Centros de Educación durante más de cincuenta años.
En ese periodo de mi vida he
pasado por todas las situaciones posibles dentro de la normalidad en un
colectivo amplio de las personas intervienen en la formación de una infancia, niñas y niños que, con el
paso de los años se convierten en Forjadores de familias, agentes laborales,
sociales, políticos y religiosos, algo así como la sal y fermento de nuevas
generaciones en la continua y renovada sociedad humana.
Iniciativa privada gestora de
la actividad educativa en la aplicación de las Leyes y vigilancia del Gobierno
del momento de las sucesivas formaciones políticas del país.
Culminación de ilusiones humanas
de unos hombres y mujeres como técnicos y realizadores directos profesionales
de la actividad educativa.
Padres de familia que,
eligiendo el centro según criterios de convivencia, desean lo mejor para el
crecimiento y desarrollo personal de sus hijos.
Un miembro de la comunidad
que arriesga dinero, responsabilidad, metas e ideales en función de llevar a
cabo un proyecto de mejora y logro educativo en mundo complejo, difícil y
necesitado gentes rectas, honradas y generosas.
Una orquesta de capacidades
coordinadas en tiempo, espacio y velocidad capaces de un continuo equilibrio
del que resulte una sinfonía agradable y unas consecuencias benéficas para
todos.
En ese conciertos de buenas
intenciones, siempre hay un despistado que toca una cuerda, un registro o golpe
equivocado y tira por tierra la atención y el esfuerzo de los demás.
Un día llega a mi despacho un
padre de familia cuyos hijos han sido alumnos del centro y están siguiendo
formación superior; ahora es el padre el tiene un problema: se encuentra
trabajando en una empresa oficial a la que tuvo acceso por el camino del
enchufe y la buena, o mala, amistad un “influyente colaborador”, que abundan
tanto en la sociedad; han cambiado las Leyes laborales y para ocupar el puesto
de nuestro padre de familia se precisa la posesión de un título de formación
imprescindible, que él no tiene.
“Mire, señor Director, tengo
mucho que agradecerle; bajo su autoridad moral y educativa mis hijos están hoy
en la Universidad y espero que lleguen
a ser algo en la vida; hoy le pido algo personal: necesito que usted me
consiga este Título que necesito para continuar ejerciendo mi trabajo, en el
que llevo más de veinte años, no puedo perderlo y mi futuro está en sus manos”
– fueron las palabras angustiadas de este hombre.
Él sabía, y yo también, que
eso era verdad; me bastaba con hacer un expediente rutinario ante el Ministerio
de Educación y todo resuelto; pero también sabíamos que tal “facilón”
procedimiento era ilegal; una actuación que se repite cada vez que el gestor que
lo hace es un corrupto, sea cual sea la forma de llevarlo a cabo.
Hice lo que tenía que:
“Amigo, el favor que usted me
solicita tiene un proceso normal; usted se matricula como alumnos en la clase
de Adultos, estudia los temas programado, se examina y obtiene el Título
correspondiente una vez superadas las pruebas adecuadas, y todos contentos.”
Debió pensar que yo estaba
interesado en el cobro de matrícula y el importe de su asistencia a las clases
de capacitación de Adultos; el tema se podría solucionar de otra manera, pues
él disponía de fondos bancarios suficientes para comprarme el favor a cualquier
precio.
Su respuesta fue tan sencilla
como sacar la chequera, estampar su firma y entregarme un cheque bancario
diciéndome: “la cantidad la pone usted.” Se levantó y se marchó.
Aún
conservo dicho cheque en blanco y firmado, símbolo de los sucios corruptos de
este mundo.
Jamás
llegué a cobrarlo; hoy me siento orgulloso de ello.”
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