jueves, 28 de julio de 2016

Diálogos en el Vaticano, 60. AQC. 942.



Cuando volví a Roma, tuve unas ganas incontenibles de acercarme a la Basílica de San Pedro, saqué un ticket y subí a contemplar la Ciudad de Roma desde el exterior de la inmensa cúpula de la Iglesia Madre, el foco mayor de la Cristiandad:

No se pueden negar otras miradas y comentarios, que, sin querer y sin juzgar, uno oye de personas,  católicas cristianas, creyentes y ateas:

“Una maravilla de arte, historia y solemnidad.”

“Vie uno al Vaticano a fortalecer, a buscar o encontrar motivos, la Fe, y se va con la impresión de ceremonias frías y lejanas, eclesiásticos faltos de espiritualidad.”

“Todo está tan organizado, que ni el propio Papa tiene libertad para hablar y comportarse.”

“Me voy con menos fe de la que traía.” 

Será cuestión de actitud, versión o apreciación de cada uno; lo cierto es que para muchos de los que visitan Roma, todo es maravilloso, incluida la experiencia espiritual y religiosa.

Son multitud de cosas que se ven una vez en la vida; ir reconociendo desde allí las siete Colinas romanas cargadas de historia, triunfos y batallas, penas y alegrías, tormentas sociales, políticas, deportivas, religiosa y folclóricas de su pasado romano, bizantino,  bárbaro, cristiano, monárquico, medieval, renacentista y republicano; Roma escenario del arte,  la tragedia, de la lírica, las concentraciones, las conferencias internacionales y las católicas. canonizaciones; la plaza y la Avenida de la Reconciliación impresiona tanto llena como vacía; es un lugar donde se siente palpitar el corazón del mundo, vena y arteria por las que circula la sangre pecadora y la gracia reparadora de todas las almas que llagan de todos los rincones del Orbe.

Lejanas y cercanas, pobladas de árboles y habitadas siempre por seres humanos de distintas épocas, todas ellas son atractivas y abigarradas de historia  y de belleza; por un lado o por otro todas se bañan  los pies en el siempre presente Tíber, el río  de sueños dorados, azules y verdes de su sol, de sus laderas y su cielo; las Siete Colinas de Roma; Siete bandejas, repletas de sonrisas, de lágrimas, recuerdos, romanticismos y amores imposibles; sus palacios, ruinas,  Fortalezas Catacumbas, jardines, Vías,  calles bulliciosas y terrazas apacibles; todas dicen algo, a los nativos más que a los visitantes:

-       Monte Celio, Colina testigo de crímenes y alborotos de muchedumbres de su Plaza del Pueblo;

-       Monte Palatino, asiento de los Palacios imponentes, halagos y traiciones que siempre  han rondado a Emperadores, Emperatrices y amantes; testigo mudo de encuentros  e crueles intrigas palaciegas;

-       Colina del Capitolio, la más importante de todas, siendo al mismo tiempo el corazón de la vida romana, social, religiosa y política;

-       la Colina Viminal, la más pequeña y céntrica, atractiva, conservadora  y escenario del Teatro de la Ópera;

-       Monte y Colina del Quirinal, vigía militar y actual residencia del Jefe y Presidente de la República Italiana;

-       Monte Aventino, la Colina ocupada por la Avenida de la Conciliación, el Estado del Vaticano y Basílica de San Pedro, donde vive el Papa;

     -  Monte Esquilino, la Colina más grande, que  protege y da fiel cobijo al      Coliseo, siendo muro terminal de la Ciudad Imperial

Salí de la Plaza, crucé el Tíber y subí caminando hasta el Hotel en la cima de la Colina del Quirinal; me tomé, como otras tantas veces, tres porciones de distintas pizzas, dos cañas de cerveza y un vaso de leche caliente; me retiré a dormir, para descansar y visitar al día siguiente el museo vaticano y la Capilla Xistina, con la que había soñado muchas veces en mi vida.

Eran unos días hermosos para el conocimiento y descubrimiento a fondo de Roma y sus tesoros; también sentía preocupación, razonable, del último encuentro, un tanto tormentoso con mis colegas  teólogos de la Congregación de la Fe; me afectaba el pensar en la posible inutilidad de mi viaje a Roma.
…….

Era el 22 de mayo/76; pagada la entrada, subí por la escalinata del Palacio Vaticano y residencia del Papa y recorrí todas las estancias del Museo, lleno de cuadros, figuras y detalles curiosos y sorprendentes algunos, por lo que tenían de novedosos; me llamó la atención la colección de monolitos caídos del espacio en épocas más o menos recientes; entre esas curiosidades había una vitrina con un trozo de roca lunar que el año 1.969 habían traído del Satélite lunar los astronautas norteamericanos en su viaje y primer contacto con el único satélite de la Tierra; también es de recordar los distintos amuletos y cosas traídas desde países de misión de distintas partes del Planeta, nuestra  residencia cósmica.

A continuación la entrada a la Capilla Xistina, te deja con la respiración cortada; la sola y simple contemplación de esos frescos relatando con fuertes trazos de pintura, dados con el furor, de un artista enfrentado con el Papa, la vida y el mundo, se desahoga, se crece y cuenta para todos los habitantes de la historia humana en esta Tierra convulsa, irónica y rebelde, los divos relatos de la Revelación.

La oscuridad de un cosmos amenazante y atroz, que se rompe en pedazos por sus cimientos hasta que el caos llega a inventar sus propios diques, gobernando la luz y las tinieblas para que cada una ocupe su lugar en el espacio.

Ordena que cada electrón, cada átomo, cada célula, cada cuerpo sólido o líquido, se desarrolle y prospere en el choque y reflujo de su energía interna.

La vegetación, los peces, reptiles y herbívoros,  voladores y terrestres, pululan por la fax de la tierra y en las simas y escarpadas cordilleras; ha reventado la Creación entera y, a golpe de millones de años luz, todos se van hermanando con sangre y caricias, poniéndose de acuerdo para disponer, cada uno a su tiempo y manera, el disfrute del más hermoso y posible de los  más bellos y sorprendentes Paraísos.
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