Cuando volví a Roma,
tuve unas ganas incontenibles de acercarme a la Basílica de San Pedro, saqué un
ticket y subí a contemplar la Ciudad de Roma desde el exterior de la inmensa
cúpula de la Iglesia Madre, el foco mayor de la Cristiandad:
No se pueden negar
otras miradas y comentarios, que, sin querer y sin juzgar, uno oye de
personas, católicas cristianas,
creyentes y ateas:
“Una maravilla de
arte, historia y solemnidad.”
“Vie uno al Vaticano a
fortalecer, a buscar o encontrar motivos, la Fe, y se va con la impresión de
ceremonias frías y lejanas, eclesiásticos faltos de espiritualidad.”
“Todo está tan
organizado, que ni el propio Papa tiene libertad para hablar y comportarse.”
“Me voy con menos fe
de la que traía.”
Será cuestión de
actitud, versión o apreciación de cada uno; lo cierto es que para muchos de los
que visitan Roma, todo es maravilloso, incluida la experiencia espiritual y
religiosa.
Son multitud de cosas
que se ven una vez en la vida; ir reconociendo desde allí las siete Colinas
romanas cargadas de historia, triunfos y batallas, penas y alegrías, tormentas
sociales, políticas, deportivas, religiosa y folclóricas de su pasado romano,
bizantino, bárbaro, cristiano,
monárquico, medieval, renacentista y republicano; Roma escenario del arte, la tragedia, de la lírica, las
concentraciones, las conferencias internacionales y las católicas.
canonizaciones; la plaza y la Avenida de la Reconciliación impresiona tanto
llena como vacía; es un lugar donde se siente palpitar el corazón del mundo,
vena y arteria por las que circula la sangre pecadora y la gracia reparadora de
todas las almas que llagan de todos los rincones del Orbe.
Lejanas y cercanas,
pobladas de árboles y habitadas siempre por seres humanos de distintas épocas,
todas ellas son atractivas y abigarradas de historia y de belleza; por un lado o por otro todas se
bañan los pies en el siempre presente
Tíber, el río de sueños dorados, azules
y verdes de su sol, de sus laderas y su cielo; las Siete Colinas de Roma; Siete
bandejas, repletas de sonrisas, de lágrimas, recuerdos, romanticismos y amores
imposibles; sus palacios, ruinas,
Fortalezas Catacumbas, jardines, Vías,
calles bulliciosas y terrazas apacibles; todas dicen algo, a los nativos
más que a los visitantes:
-
Monte Celio, Colina testigo de crímenes y alborotos de
muchedumbres de su Plaza del Pueblo;
-
Monte Palatino, asiento de los Palacios imponentes, halagos
y traiciones que siempre han rondado a
Emperadores, Emperatrices y amantes; testigo mudo de encuentros e crueles intrigas palaciegas;
-
Colina del Capitolio, la más importante de todas, siendo al
mismo tiempo el corazón de la vida romana, social, religiosa y política;
-
la Colina Viminal, la más pequeña y céntrica, atractiva,
conservadora y escenario del Teatro de
la Ópera;
-
Monte y Colina del Quirinal, vigía militar y actual
residencia del Jefe y Presidente de la República Italiana;
-
Monte Aventino, la Colina ocupada por la Avenida de la
Conciliación, el Estado del Vaticano y Basílica de San Pedro, donde vive el
Papa;
- Monte
Esquilino, la Colina más grande, que
protege y da fiel cobijo al Coliseo,
siendo muro terminal de la Ciudad Imperial
Salí de la Plaza,
crucé el Tíber y subí caminando hasta el Hotel en la cima de la Colina del
Quirinal; me tomé, como otras tantas veces, tres porciones de distintas pizzas,
dos cañas de cerveza y un vaso de leche caliente; me retiré a dormir, para
descansar y visitar al día siguiente el museo vaticano y la Capilla Xistina,
con la que había soñado muchas veces en mi vida.
Eran
unos días hermosos para el conocimiento y descubrimiento a fondo de Roma y sus
tesoros; también sentía preocupación, razonable, del último encuentro, un tanto
tormentoso con mis colegas teólogos de
la Congregación de la Fe; me afectaba el pensar en la posible inutilidad de mi
viaje a Roma.
…….
Era el 22 de mayo/76;
pagada la entrada, subí por la escalinata del Palacio Vaticano y residencia del
Papa y recorrí todas las estancias del Museo, lleno de cuadros, figuras y
detalles curiosos y sorprendentes algunos, por lo que tenían de novedosos; me
llamó la atención la colección de monolitos caídos del espacio en épocas más o
menos recientes; entre esas curiosidades había una vitrina con un trozo de roca
lunar que el año 1.969 habían traído del Satélite lunar los astronautas
norteamericanos en su viaje y primer contacto con el único satélite de la
Tierra; también es de recordar los distintos amuletos y cosas traídas desde
países de misión de distintas partes del Planeta, nuestra residencia cósmica.
A continuación la
entrada a la Capilla Xistina, te deja con la respiración cortada; la sola y
simple contemplación de esos frescos relatando con fuertes trazos de pintura,
dados con el furor, de un artista enfrentado con el Papa, la vida y el mundo,
se desahoga, se crece y cuenta para todos los habitantes de la historia humana
en esta Tierra convulsa, irónica y rebelde, los divos relatos de la Revelación.
La oscuridad de un
cosmos amenazante y atroz, que se rompe en pedazos por sus cimientos hasta que
el caos llega a inventar sus propios diques, gobernando la luz y las tinieblas
para que cada una ocupe su lugar en el espacio.
Ordena que cada
electrón, cada átomo, cada célula, cada cuerpo sólido o líquido, se desarrolle
y prospere en el choque y reflujo de su energía interna.
La
vegetación, los peces, reptiles y herbívoros,
voladores y terrestres, pululan por la fax de la tierra y en las simas y
escarpadas cordilleras; ha reventado la Creación entera y, a golpe de millones
de años luz, todos se van hermanando con sangre y caricias, poniéndose de
acuerdo para disponer, cada uno a su tiempo y manera, el disfrute del más
hermoso y posible de los más bellos y
sorprendentes Paraísos.
…….
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