martes, 26 de julio de 2016

Diálogos en el Vaticano, 59. AQC. 941.


Me dolía la cabeza, la tripa y el corazón; como tantas otras veces, necesitaba orar, callar y dormir.

Pregunté  en el propio Hotel cómo iría mejor hasta  alguna de las Catacumbas; ¿en autobús, taxis o tren?

Opté por ir a la Estación Ostiense, tomé un tren que me dejaba cerca de las Catacumbas de San Dámaso, porque me apetecía especialmente la Tumba del Papa de origen español, que ocupó la Silla Papal del año 366 hasta 384.

De las más de 60 Catacumbas que alberga el subsuelo de Roma, me atraía sobre todas, esta, por comentarios que había oído en España.

Cuando llegué a la puerta de entrada, disimulada entre unos matorrales, me pareció trasladarme a esos tiempos de tantas persecuciones y muerte de cristianos, a los que se mataba por odio, por divertirse los Emperadores y por sus gentes que gozaban verlos ser comidos y descuartizados por hambrientos animales salvajes.

Sabiendo que San Dámaso ha sido la persona que más hizo, en su tiempo, por sacar del olvido y luchar en la correcta preparación para ser visitadas y admiradas por millones de personas de todo el mundo; llenó de bellos epitafios, descripciones, y de frases funerarias las tumbas de tantos mártires como aquí fueron enterrados, después de haber vivido amenazados y muertos por dar testimonio de su Fe.

Las Catacumbas fueron en su tiempo refugio y lugar de culto, donde los Apóstoles y cristianos, como Priscila, Marcelino, Sixto, y el niño acólito Tarsicio dieron los fieles y mejores ejemplos y de amor a Jesucristo.

Las Catacumbas siguen siendo para el mundo un camino de santidad, de fe y valores auténticos de valentía, humildad y grandeza, que confunden a los fuertes y fanfarrones, para resaltar a los pobres y limpios de corazón.

Mis abundantes impresiones íntimas personales son intraducibles en palabras.
Se hacen gigantes los deseos de martirio; no ya en la hoguera, el patíbulo, el paredón o la cruz, sino de ser mártires fieles de cada día, cada dolor, cada desprecio, cada actitud de incomprensión y olvido de las persona que tenemos alrededor.
…….

No hay sacrificio grande o pequeño, sino almas que saben vivir los reveses y contradicciones de la vida impregnadas de amor puro y desinteresado del siervo fiel y prudente que sabe ver en cada ser humano el propio rostro de Dios.

Se templa, purifica y revive el espíritu en contacto  con las lápidas, huecos y piedras funerarias, de oraciones y cánticos religiosos latiendo sin cesar en las paredes y el techo de una catacumba donde respiramos el aire de aquellos hermanos que un día estuvieron aquí llenando con sus sonrisas, lágrimas, gritos y silencios, desde los dinteles y umbrales de esta oscuridad envuelta en espíritu de supervivencia y mansedumbre, de felicidad eterna y evidente presencia  divina y sobrenaturalidad.

La experiencia es trasformadora hasta percibir que al salir eres otra persona diferente, a la que entró desde un mundo que ahora quieres cambiar, del modo en que está, al todo que necesita y busca en cada ser humano y en su conjunto comunitario.

Todos queremos un mundo mejor, que no estamos tan dispuestos a luchar por conseguirlo.

Cuando íbamos saliendo, oí frases como estas:

“jamás me imaginé la existencia de un lugar tan lleno de espiritualidad semejante”;

“es un ambiente tétrico al que jamás volveré”;

“me quedaría a vivir aquí, si me dejaran”

“estas son las raíces históricas de  nuestros dos mil años de Cristianismo”;

“aquí recibe uno la recarga religiosa para el resto de la vida”

“me da la sensación de que, al pisar en este lugar, estamos como profanando la íntima sacralidad de nuestros antepasados”;
 
“algún día volveré con mis familiares y amigos”;

“he pasado más miedo que en toda mi vida”;

“ me parecía estar viendo el espíritu de las personas enterradas aquí”;

 “este lugar es como un libro abierto, donde se aprende a vivir y a morir como un buen cristiano y seguidor fiel al Evangelio de Jesús Redentor”. ...
…….

No hay comentarios:

Publicar un comentario