Me dolía la cabeza, la
tripa y el corazón; como tantas otras veces, necesitaba orar, callar y dormir.
Pregunté en el propio Hotel cómo iría mejor hasta alguna de las Catacumbas; ¿en autobús, taxis
o tren?
Opté por ir a la
Estación Ostiense, tomé un tren que me dejaba cerca de las Catacumbas de San
Dámaso, porque me apetecía especialmente la Tumba del Papa de origen español,
que ocupó la Silla Papal del año 366 hasta 384.
De las más de 60
Catacumbas que alberga el subsuelo de Roma, me atraía sobre todas, esta, por
comentarios que había oído en España.
Cuando llegué a la
puerta de entrada, disimulada entre unos matorrales, me pareció trasladarme a
esos tiempos de tantas persecuciones y muerte de cristianos, a los que se
mataba por odio, por divertirse los Emperadores y por sus gentes que gozaban
verlos ser comidos y descuartizados por hambrientos animales salvajes.
Sabiendo que San
Dámaso ha sido la persona que más hizo, en su tiempo, por sacar del olvido y
luchar en la correcta preparación para ser visitadas y admiradas por millones
de personas de todo el mundo; llenó de bellos epitafios, descripciones, y de
frases funerarias las tumbas de tantos mártires como aquí fueron enterrados,
después de haber vivido amenazados y muertos por dar testimonio de su Fe.
Las
Catacumbas fueron en su tiempo refugio y lugar de culto, donde los Apóstoles y
cristianos, como Priscila, Marcelino, Sixto, y el niño acólito Tarsicio dieron
los fieles y mejores ejemplos y de amor a Jesucristo.
Las
Catacumbas siguen siendo para el mundo un camino de santidad, de fe y valores
auténticos de valentía, humildad y grandeza, que confunden a los fuertes y
fanfarrones, para resaltar a los pobres y limpios de corazón.
Mis
abundantes impresiones íntimas personales son intraducibles en palabras.
Se
hacen gigantes los deseos de martirio; no ya en la hoguera, el patíbulo, el
paredón o la cruz, sino de ser mártires fieles de cada día, cada dolor, cada
desprecio, cada actitud de incomprensión y olvido de las persona que tenemos
alrededor.
…….
No hay sacrificio
grande o pequeño, sino almas que saben vivir los reveses y contradicciones de
la vida impregnadas de amor puro y desinteresado del siervo fiel y prudente que
sabe ver en cada ser humano el propio rostro de Dios.
Se
templa, purifica y revive el espíritu en contacto con las lápidas, huecos y piedras funerarias,
de oraciones y cánticos religiosos latiendo sin cesar en las paredes y el techo
de una catacumba donde respiramos el aire de aquellos hermanos que un día
estuvieron aquí llenando con sus sonrisas, lágrimas, gritos y silencios, desde
los dinteles y umbrales de esta oscuridad envuelta en espíritu de supervivencia
y mansedumbre, de felicidad eterna y evidente presencia divina y sobrenaturalidad.
La
experiencia es trasformadora hasta percibir que al salir eres otra persona
diferente, a la que entró desde un mundo que ahora quieres cambiar, del modo en
que está, al todo que necesita y busca en cada ser humano y en su conjunto
comunitario.
Todos
queremos un mundo mejor, que no estamos tan dispuestos a luchar por
conseguirlo.
Cuando íbamos saliendo,
oí frases como estas:
“jamás me imaginé la existencia de un lugar tan lleno de
espiritualidad semejante”;
“es un ambiente tétrico al que jamás volveré”;
“me quedaría a vivir aquí, si me dejaran”
“estas son las raíces históricas de nuestros dos mil años de Cristianismo”;
“aquí recibe uno la recarga religiosa para el resto de la
vida”
“me da la sensación de que, al pisar en este lugar, estamos
como profanando la íntima sacralidad de nuestros antepasados”;
“algún día volveré con mis familiares y amigos”;
“he pasado más miedo que en toda mi vida”;
“ me parecía estar viendo el espíritu de las personas
enterradas aquí”;
“este lugar es como
un libro abierto, donde se aprende a vivir y a morir como un buen cristiano y
seguidor fiel al Evangelio de Jesús Redentor”. ...
…….
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