“¿A que se debe el aplauso de esta Comisión? -
pregunte al Padre Carda –
¿Es que me han tomado
por tonto o he dicho algo gracioso?”
El P. Carda, entre
socarrón y conformista añadió:
“Tal y como yo lo he
visto, opino que han aplaudido la seriedad y la justa preocupación que has
demostrado al resaltar la opción libre de Sacerdote Célibe o Casado y su
relación con los posibles derechos de la transferencia de bienes eclesiales a
los herederos; verdades como puños que les habrán hecho gracia o se han
impresionado con tu rotundidad, naturalidad y clarividencia”.
Quedamos
citados para el próximo día siguiente, despidiéndonos con un apretón de manos,
como tenía que ser; cosa que no había ocurrido antes, por la distancia que se
notaba en los rostros y frías actitudes personales.
El Padre José María me
acompañó praa solicitar una bendición papal de paulo vi, y me entregó un ticket
para la Entrada a la imposición del
birrete Cardenalicio y a la participación en el Audiencia Privada posterior, en
el Aula “Paulo VI”, en la fecha prevista
del día 23 de mayo/76.
Me invitó a comer con él en el Pontificio
Colegio Español de San José en Roma, donde él residía; después de una agradable
sobremesa, dediqué la tarde a recorrer otras rutas de Roma, que me llevaron a
la Plaza del Pueblo, una de las plazas más famosas y concurridas de Roma; hay
varios motivos de interés sobre este punto de encuentro de romanos y visitantes
de la Ciudad eterna:
Su ubicación llama la
atención por estar situada justa al lado y al pie de la Colina Celio
Pincio, una de las Siete Colinas de
Roma; era la entrada antigua por la parte norte que tenía acceso a la Ciudad y
por la gran cantidad de personas que siempre concurren en este lugar.
…….
Siendo una de las
colinas más bajas, su posición es estratégica al ser la prolongación de la
Colina Capitolina, en la que se encontramos relacionados la Plaza de Venecia,
la Plaza de España, el Quirinal y,
bajando, el Coliseo y Foros romanos; tiran de la vista, por su especial
atractivo, el Obelisco egipcio dedicado a Augusto, la hermosa fuente de Tritón
y las dos Iglesias Gemelas, la de Santa María del Monte Santo y Santa María del
Milagro, además del templo de San
Nicolás.
Me contaron que es la
Plaza donde se forman las grandes reuniones y manifestaciones de protestas
ciudadanas, de tipo político y/o social.
En uno de los
laterales había una sala de cine, y observé unos carteles con imágenes del Papa; me llamó la atención,
sacando mi entrada, pasé para ver la película en cuestión; tras los primeros
minutos de rodaje, advertí que la tal película iba de pornografía de lo más
rastrero que uno pueda pensar; las continuas y obscenas escenas, en que Papas,
Cardenales, Obispos, clérigos y monjas de todas las categorías, se lo montaban
en grande; como nunca había visto cosa igual, confieso mi auténtico escándalo,
pueril, ante tanta bajeza.
Recapacité en el
recuerdo de alguna advertencia, que me
habían hecho alguna vez; en Roma, como en ninguna otra parte del mundo, se
exhibían toda clase de burlas y ataques feroces contra la Iglesia Católica y
todo lo relacionado con ella; no aguanté más, por lo que estaba viendo y porque
el espacio de la sala de cine era un
auténtico horno con el humo producido por todos unos espectadores fumando,
comiendo pipas, palomitas y bocadillos, por lo que estabas pisando y oliendo
basura todo el tiempo.
Salí de aquella sala
inmunda, y seguí caminando hasta la Plaza de España, famosa por su Fuente de la
Barcarola; y, como me apetecía andar y respirar
aire sano y fresco, subí de nuevo la escalinata que culmina arriba con
la Iglesia de la Santísima Trinidad del Monte; y, sin más, entré en mi hotel
Hesperia, que más parecía un hostal; cené en el comedor del mismo y me fui a
dormir, para estar listo y despierto en la tercera entrevista con mis colegas
del Tribunal de la Fe.
En
mi cabeza resonaban unas palabras que habían
quedado en el aire, en relación a la posibilidad de cambiar el texto
mismo de la Solicitud original y que yo había enviado a Roma desde España a
través de mi Obispo de Guadix.
Me preocupaba la
propuesta, pero estaba decidido a no ceder en algo tan elemental para mi; si lo
hacía terminaría claudicando de mi mismo.
…….
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