Las últimas palabras
del Presidente de la Comisión Pontificia, me atravesaron el alma; llegué a
pensar, durante los minutos de silencio en que quedé atrapado, que debería
levantarme y apeler al propio Pontífice, para que conociera el contenido y el
pensamiento que encierran tales expresiones; pero opté por callar y exponerme a
lo peor, haciéndome eco de esa desgraciada realidad, añadiendo:
“Y
yo podría darles nombres y apellidos de los que conozco y compadezco mucho
(interrumpí yo, echándome a llorar, de pena y vergüenza, para no machacar a palos
a aquellos cuatro, por sucios administradores de los asuntos vaticanos, que
caen en tan malas manos; y seguí hablando, porque estaba muy indignado de ver
tanta bajeza, donde debería ser todo santidad), …
Si ustedes no me ayudan a conseguir la
Dispensa de mi Celibato, yo, no contraeré Matrimonio de ninguna otra manera,
para no vivir condenado en vida, como ustedes me han sugerido, sin sopesar el
daño que me han hecho al hacerme semejantes propuestas.
Espero que Dios les
juzgue con su justicia divina y les trate con mejor benevolencia y misericordia
que la que ustedes no han tenido conmigo;
les deseo todo lo mejor, y ante todo que corrijan sus vidas de
perdición.
Yo
quiero vivir en gracia de Dios y en paz interior durante toda mi vida, y haré
todo cuanto me sea human y cristianamente posible por conseguirlo; incluso a
pesar de ustedes.
¡QUE
DIOS LES PERDONE!”
Cuando finalicé mi
duro discurso, hice el gesto de marcharme, pero el Presidente me detuvo con
preocupación:
“No queremos que esto
termine así; le esperamos para el día 5 de junio/76; nos despediremos tras
haber hecho todas las consideraciones y consultas al respecto y cambiar algunas
otras impresiones con usted; le esperamos”.
…….
Les di la mano, ya más
relajado, y haciéndoles ver que no era rencoroso dar vueltas sobre lo que ya habíamos hablado,
si ellos estaban tan seguros de mis ideas, pensamientos y
decisiones futuras; y que aceptaba de buen grado aquella tan nueva oportunidad
de cambiar impresiones sobre este asunto, quizás baladí para ellos, pero
importantísimo para mi y nuestro futuro.
Al salir comprobé la
tremenda tristeza que reflejaba en el rostro mi amigo y guía, el Padre José
María Carda, y este me dijo:
“Lo han logrado,
Pedro; han conseguido verte tan enfadado y furioso como yo también te he visto;
me temo que lo tienes muy difícil; lo peor es que si te niegan la Dispensa por
segunda vez, ya no te darán más oportunidades en la vida; tienen esa fea
costumbre; si les mandas otra vez la Solicitud , ni siquiera la admiten a
trámite; ya he conocido otros casos; a ellos les da igual; pasan de ti; y a
ti “que
te parta un rayo”, como solemos decir en España”.
Le pedí que me diera
la absolución, por haber sido tan duro.
Le
manifesté mi deseo de hablar, aunque sólo fueran cinco minutos, con el Papa
Paulo VI; el Padre Carda me indicó:
“La mejor forma que
tienes de conseguirlo, es que te coloques
junto al pasillo central por el que
va a pasar; te plantas, así como
suena, delante de él cuando pase al entrar o salir del Aula Magna el domingo;
estoy seguro que te va a mirar, hablar y
atender. Él es así: lo mejor es que seas muy breve, para que nadie te moleste, y entrégale una
nota con los puntos que a ti te interesa que vea”.
Pasamos a la tienda y
recoger la “Bendición del Papa Paulo VI”, invité a comer al P. Carda en un
restaurante al lado de la Plaza de San Pedro; él se marchó a casa y yo dediqué
la tarde a descansar del fuerte tiempo de la mañana, pues los “buenos
investigadores” de la Congregación de la Fe, me habían sacado de quicio;
necesitaba dormir y reposar para lograr mi estabilidad psicológica y
espiritual.
…….
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