Existe, en la mayoría de los gobernantes, el
afán de convertir en realidad las ideas preconcebidas por los ideólogos del
partido político que les presneta y, por supuesto, les apoya y controla.
Esta condición hace irrelevante la personalidad
de los gobernantes, por regla
general.
Pero no siempre es así; el candidato elegido,
intenta poner en juego sus propias ideas; no respeta las reglas de su partido,
y se convierte en un democrático
dictador y, bajo la capa de “elegido por el pueblo”, da rienda suelta a
sus ideales personales, por muy peregrinos que estos sean.
Lo normal es que abasayen a los sufridos
ciudadanos, se tornen unos iluminados, eliminen a todo el que les estorba y
finalicen siendo unos falsos ídolos de las masas populares, víctimas de las
mayores atrocidades en el caos sociopolítico y la pobreza generalizada.
Como tales personales se repiten en la historia
de todos los países, no es necesario, ni conveniente, repetir sus nombres ni
sus funestos recuerdos.
Opino que no debieran ocupar página alguna en
los libros de historia, a no ser por aquello de que “así se evita que vuelvan”.
Allá cada cual.
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