viernes, 28 de diciembre de 2012

NUEVOS IMPULSOS, III

La Fe de un Sacerdote Misionero:

"El señor Jorge acude a mí para que atienda a su esposa aquejada de una rara situación de salud; cuando llego a la explanada de la vivienda,  ubicada en un pequeño barrio de la aldea, encuentro un grupo de unas diez personas entre familiares, vecino y Alfonso, un joven médico y amigo que recién había terminado su carrera en junio último; estaba muy preocupado porque no sabía cómo actuar ante la actitud agresiva de la enferma.
Ruego  a Jorge que me conduzca a la habitación de María; se sucedieron loas frases siguientes:
“Te aconsejo que no pases a la estancia ahora”, - dijo Alfonso;
“María ha perdido el juicio”, oí decir a alguien;
“Está loca”, afirmó una vecina;
“La verdad es que no nos atrevemos a pasar ninguno” – añadió Jorge llorando.
Ante tal ambiente de miedo, pregunté:
¿Dónde la tenéis, por favor? conozco a María muy bien y ella me conoce de siempre, llevadme ante ella. Jorge, aclara esta situación”.
“La tenemos encerrada bajo llave,  - háblale desde fuera, así evitamos que suceda algo más grave”.
“Te ruego que me des la llave, porque voy a pasar para hablar directamente con ella.”
Me entregó la llave con el disgusto generalizado de todos.
La alcoba estaba en la planta baja, tenía una pequeña ventana con dos barras de hierro cruzadas y un notable olor a humedad vieja, enlucidas las paredes con cal viva y el suelo era de tierra endurecida; creo que era lo más apropiado para confundirlo con el recinto de una prisión de mala muerte; la verdad que como tal dormitorio eran frecuentes en aldeas y cortijos de aquella zona.
 Cuando María me vio entrar, se levantó de su rincón y corrió hasta mi, me abrazó fuertemente repitiendo sin cesar:
“¡Gracias que has venido hasta aquí; me han tomado por loca y me tienen encerrada como a un perro con la rabia; no me dejes, ayúdame, por favor, no te vayas sin mi!”
Hacía 20 días que yo había celebrado mi Primera Misa como nuevo Sacerdote; carecía de experiencia, pero me sobraba entusiasmo; estaba lleno de impulso misionero y encontré sin buscarla la solución más apropiada en aquellos momentos de confusión general y angustia particular de María y su familia:
Le dije a aquella mujer desorientada y presa del pánico:
“¿Quieres que te acojan tus tíos durante un tiempo suficiente para recuperarte?”
 “Sí, por supuesto; creo que puede ser la mejor solución, muchas gracias” - Me respondió.
Salimos de la “mazmorra”, llamé a Jorge y, ante el asombro general de los presentes, todo fue providencialmente solventado. Entre los distintos comentarios, por lo bajito, oí frases entre dientes como estas:
“¡Qué curilla tan valiente!”
“¿Cómo  ha logrado dominarla, que ha salido como un corderito?”
 “¡ Es que ha estudiado  misionero!”
Esto ocurría hace más de cincuenta años.

María tiene actualmente más de noventa años, tiene una mente lúcida y en su forma de andar parece una joven de veinte.
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