"El señor Jorge acude a mí
para que atienda a su esposa aquejada de una rara situación de salud; cuando
llego a la explanada de la vivienda, ubicada en un pequeño barrio de la aldea,
encuentro un grupo de unas diez personas entre familiares, vecino y Alfonso,
un joven médico y amigo que recién había terminado su carrera en junio último;
estaba muy preocupado porque no sabía cómo actuar ante la actitud agresiva de
la enferma.
Ruego a Jorge que me conduzca a la habitación
de María; se sucedieron loas frases siguientes:
“Te aconsejo que no pases a
la estancia ahora”, - dijo Alfonso;
“María ha perdido el juicio”,
oí decir a alguien;
“Está loca”, afirmó una
vecina;
“La verdad es que no nos
atrevemos a pasar ninguno” – añadió Jorge llorando.
Ante tal ambiente de miedo,
pregunté:
¿Dónde la tenéis, por favor?
conozco a María muy bien y ella me conoce de siempre, llevadme ante ella.
Jorge, aclara esta situación”.
“La tenemos encerrada bajo
llave, - háblale desde fuera, así
evitamos que suceda algo más grave”.
“Te ruego que me des la
llave, porque voy a pasar para hablar directamente con ella.”
Me entregó la llave con el
disgusto generalizado de todos.
La alcoba estaba en la planta
baja, tenía una pequeña ventana con dos barras de hierro cruzadas y un notable
olor a humedad vieja, enlucidas las paredes con cal viva y el suelo era de
tierra endurecida; creo que era lo más apropiado para confundirlo con el
recinto de una prisión de mala muerte; la verdad que como tal dormitorio eran
frecuentes en aldeas y cortijos de aquella zona.
Cuando María me vio entrar, se levantó de su rincón y corrió
hasta mi, me abrazó fuertemente repitiendo sin cesar:
“¡Gracias que has venido
hasta aquí; me han tomado por loca y me tienen encerrada como a un perro con la
rabia; no me dejes, ayúdame, por favor, no te vayas sin mi!”
Hacía 20 días que yo había
celebrado mi Primera Misa como nuevo Sacerdote; carecía de experiencia, pero me
sobraba entusiasmo; estaba lleno de impulso misionero y encontré sin buscarla
la solución más apropiada en aquellos momentos de confusión general y angustia
particular de María y su familia:
Le dije a aquella mujer
desorientada y presa del pánico:
“¿Quieres que te acojan tus
tíos durante un tiempo suficiente para recuperarte?”
“Sí, por supuesto; creo que puede ser la mejor solución,
muchas gracias” - Me respondió.
Salimos de la “mazmorra”,
llamé a Jorge y, ante el asombro general de los presentes, todo fue
providencialmente solventado. Entre los distintos comentarios, por lo bajito,
oí frases entre dientes como estas:
“¡Qué curilla tan valiente!”
“¿Cómo ha logrado dominarla, que ha salido
como un corderito?”
“¡ Es que ha estudiado
misionero!”
Esto ocurría hace más de cincuenta años.
Esto ocurría hace más de cincuenta años.
María tiene actualmente más
de noventa años, tiene una mente lúcida y en su forma de andar parece una joven de veinte.
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