viernes, 10 de junio de 2016

Diálogos en el Vaticano, 42. AQC. 924


Mons. Don Antonio Dorado Soto me informó en una reunión mantenida con él con ocasión de la Asamblea Plenaria del Episcopado Español, en esos días de la primavera de 1976, de que en la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe seguían cuestionando la concesión de mi Dispensa de Celibato, por dudas sobre la ortodoxia del texto mismo de mi Solicitud de Dispensa del Celibato.

Le solicité permiso de la Diócesis para viajar a Roma y explicar mi postura teológica, con todos sus pormenores, a los miembros de la Comisión Pontificia de la Congregación para la Doctrina de la De; Don Antonio tuvo sus dudas respecto a la efectividad de mi viaje al Vaticano.

Al fin accedió, y algo más: me hizo entrega de una carta manuscrita personal para el Padre José María Carda, Sacerdote español residente en el mismo Colegio Español de Roma; para evitar los viajes innecesarios, el Obispo de Guadix le encargaba la intervención en asuntos cotidianos de la Diócesis en que no era necesaria la presencia del Obispo; en mi caso era yo el que tenía que hacer la gestión directa y personal; en la carta le recomendaba que él me acompañara siempre que yo se lo pidiera.

En mayo de 1976, viajé a Roma con una carta escrita a mano por Antonio para el P. José María Carda, un Sacerdote y  Religioso Operario Diocesano residente en el Colegio Español de Roma, que me acompañó esos días a la Sagrada Congregación “Pro Doctrina Fidei“, ante la cual  conseguí dar  fe sobre la ortodoxia de mi Tesis Doctoral y mi Dispensa, así como refutar la invariabilidad y permanencia de dicha Ley, aunque se siga manteniendo su vigencia.

Hice el viaje en un avión de Iberia Madrid-Roma; ya en Roma, busqué hotel, pues no sabía el tiempo que me iba a llevar la gestión y contactos durante mi estancia en la Ciudad eterna, como es llamada.

Me hospedé en el Hotel Hesperia, ubicada justo en la Plaza del Quirinal, Palacio y residencia del Presidente de la República Italiana, donde cada mañana podía ver y
contemplar el Cambio de Guardia, así como la entrada y salida de los Diputados los días de sesiones parlamentarias, directamente desde la ventana delantera del Hotel; por una ventana trasera del mismo, podía ver la Basílica de San Pedro y las más bellas puestas de sol sobre el paisaje urbano de la incomparable Roma, Ciudad Imperial entre sus típicas y sin par “siete colinas romanas” que la coronan.

Sin perder tiempo me dirigí al Colegio Pontificio Español de San José, de Vía di Torre Rossa, que es Dirigido por la Hermandad Sacerdotal de los HH. Maristas;
entregué la carta de Mons. Don Antonio al Padre Carda; la leyó en mi presencia y me indicó que a la mañana siguiente iría conmigo a la Sede de la Sagrada Congregación de la Fe para saber el procedimiento, ponernos a disposición de la misma y establecer los oportunos contactos con las Autoridades vaticanas, y teólogos encargados de escuchar mis razones, hacerme las preguntas oportunas y correspondientes respuestas que yo daría dentro de un marco teológico y eclesial.
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