Mons. Don Antonio Dorado Soto me
informó en una reunión mantenida con él con ocasión de la Asamblea Plenaria del
Episcopado Español, en esos días de la primavera de 1976, de que en la Sagrada
Congregación de la Doctrina de la Fe seguían cuestionando la concesión de mi
Dispensa de Celibato, por dudas sobre la ortodoxia del texto mismo de mi
Solicitud de Dispensa del Celibato.
Le solicité permiso de
la Diócesis para viajar a Roma y explicar mi postura teológica, con todos sus
pormenores, a los miembros de la Comisión Pontificia de la Congregación para la
Doctrina de la De; Don Antonio tuvo sus dudas respecto a la efectividad de mi
viaje al Vaticano.
Al fin accedió, y algo más: me hizo
entrega de una carta manuscrita personal para el Padre José María Carda,
Sacerdote español residente en el mismo Colegio Español de Roma; para evitar
los viajes innecesarios, el Obispo de Guadix le encargaba la intervención en
asuntos cotidianos de la Diócesis en que no era necesaria la presencia del
Obispo; en mi caso era yo el que tenía que hacer la gestión directa y personal;
en la carta le recomendaba que él me acompañara siempre que yo se lo pidiera.
En mayo de 1976, viajé
a Roma con una carta escrita a mano por Antonio para el P. José María Carda, un
Sacerdote y Religioso Operario Diocesano
residente en el Colegio Español de Roma, que me acompañó esos días a la Sagrada
Congregación “Pro Doctrina Fidei“, ante la cual
conseguí dar fe sobre la ortodoxia
de mi Tesis Doctoral y mi Dispensa, así como refutar la invariabilidad y
permanencia de dicha Ley, aunque se siga manteniendo su vigencia.
Hice el viaje en un avión de Iberia
Madrid-Roma; ya en Roma, busqué hotel, pues no sabía el tiempo que me iba a
llevar la gestión y contactos durante mi estancia en la Ciudad eterna, como es
llamada.
Me hospedé en el Hotel Hesperia,
ubicada justo en la Plaza del Quirinal, Palacio y residencia del Presidente de
la República Italiana, donde cada mañana podía ver y
contemplar el Cambio de Guardia, así
como la entrada y salida de los Diputados los días de sesiones parlamentarias,
directamente desde la ventana delantera del Hotel; por una ventana trasera del
mismo, podía ver la Basílica de San Pedro y las más bellas puestas de sol sobre
el paisaje urbano de la incomparable Roma, Ciudad Imperial entre sus típicas y
sin par “siete colinas romanas” que la coronan.
Sin perder tiempo me
dirigí al Colegio Pontificio Español de San José, de Vía di Torre Rossa, que es
Dirigido por la Hermandad Sacerdotal de los HH. Maristas;
entregué la carta de
Mons. Don Antonio al Padre Carda; la leyó en mi presencia y me indicó que a la
mañana siguiente iría conmigo a la Sede de la Sagrada Congregación de la Fe
para saber el procedimiento, ponernos a disposición de la misma y establecer
los oportunos contactos con las Autoridades vaticanas, y teólogos encargados de
escuchar mis razones, hacerme las preguntas oportunas y correspondientes
respuestas que yo daría dentro de un marco teológico y eclesial.
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