Mi hermano mayor, Tomás, y mi cuñado José T.
R., vinieron desde Ibi, hasta aquí,
Alcobendas, preocupados por mi, y trataron para invitarme a pensar que podía
haberme equivocado por lo que debería recapacitara; por lo que no me dejara llevar de unos momentos de
pasión y enamoramiento que, en muchos casos, suele ser pasajero y ya no hay
remedio, cuando las cosas se han hecho mal y a la ligera.
Yo les agradecí su
gesto e interés, de sinceridad y su amor fraterno, al haberse desplazado sólo
con la intención de ayudarme en estos momentos, tan delicados, sin duda, de mi vida ;
les expliqué de todas las formas posibles:
-
que mi caso no era ese; yo deseaba vivir según el carisma
recibido;
-
que llevaba muchos
años estudiando el tema;
-
que no era tanto mi problema, sino el de muchos miles de
Sacerdotes de todo el mundo, sobre viviendo al Celibato de mala manera;
-
que yo NO ESTABA en contra de esta Ley, sino que opino y
defiendo, dentro de los límites de la investigación histórica, bíblica,
patrística, teológica y moral, que SU ELECCIÓN Y ACEPTACIÓN debiera ser
espontánea y libre, para vivirla con
alegría, y no como el que lleva una carga para la que no ha sido llamado;
- que el Sacramento del Matrimonio es un
estado humano y cristiano de extraordinaria santidad, creado y bendecido por
Dios desde el principio de la Humanidad;
-
que, originariamente, no había sido así; Jesucristo había
elegido a los primeros apóstoles y los santos padres como Casados y Célibes.
Les di todas las
razones humanas y teológicas que me llevaban a ser yo mismo; era consecuente y
congruente con mis ideas dentro de la sumisión y total fidelidad a la doctrina
antigua y moderna de la Iglesia, sobre lo que entiendo debería ser la realidad
del Sacerdote secular diocesano.
Al fin, ellos comprendieron que yo no estaba traicionando a
nadie, que ese era mi camino y mi vocación personal, que merecía la pena el
esfuerzo y empeño por intentar cambiar hoy, mañana o pasado el curso de la
historia en la vida de todos aquellos Sacerdotes católicos que, sin dejar de
serlo, quieran vivirlo desde la realidad y fidelidad del Matrimonio.
Parece que en este
sentido todo el mundo está de acuerdo en aceptar la verdad indiscutible de la
verdadera historia del Sacerdocio católico, secular o religioso, con votos
unos, sin votos otros, según, insisto siempre, y de acuerdo con la originalidad
misma que Jesucristo proclamó y practicó al elegir a sus primeros colaboradores.
Sin duda, la fidelidad
a la Doctrina de la Iglesia es asumida por mii en su totalidad, de forma que es ella,
la Iglesia, la que tiene la última palabra, que yo acepto, sin más, con libertad y alegría; por eso acudo a ella para solicitar la Dispensa de una determinada norma/ley, dispuesto a obedecer sus decisiones.
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