domingo, 28 de febrero de 2016

Diálogos en el Vaticano,10. AQC.897


UNA NOVEDAD
  
Un teólogo Sacerdote, algo mayor que yo, asistía en silencio.; reemplazando a uno de los teólogos habituales; no lo conocía, aunque recordé haberme cruzado con él y saludado en la entrada ce la Sagrada Congregación.

Observé un cambio  en los componentes de la Comisión; dos de ellos eran diferentes y desconocidos para mí; estaban el mismo Presidente y el mismo Secretario de las entrevistas anteriores; un clérigo de edad entre los sesenta y sesenta y cinco años con mirada fija y actitud  severamente observadora, sentado en la parte extrema derecha del Tribunal; en el lado de la izquierda extrema del grupo se sentaba un sacerdote que no parecía llegado aún a los cincuenta; se le notaba muy atento, aspecto cuidado de ojos claros y cabello rubio, bien peinado y tenía características nórdicas o alemanas; José María estaba sentado detrás de mi, al lado derecho, a dos metros de distancia; el clima era agradable y la sala, que no era grande tenía una iluminación justa.

Comenzó la sesión el presidente, saludando a los presentes de una forma más calurosa y amble que en veces anteriores, agradeciendo la asistencia de los nuevos miembros del tribunal, que no nombró; se dirigió a mi diciendo:
  
“reconocemos su esfuerzo, señor Tortosa, de tiempo y dinero, al quedarse diez días más en Roma y haber atendido la petición de este Tribunal, ya que por motivos de agenda,  tuvimos que posponer la entrevista hasta hoy; soy muy  consciente de que estos días le habrán costado preocupaciones y molestias; pero también le habrán servido para reflexionar sobre los temas tratados y también, por qué no, para conocer mejor la Ciudad eterna donde hay tanto que ver.

Dicho esto, y sin condicionar para nada el contenido de sus preocupaciones, sea usted mismo el que nos haga un breve resumen de lo que desea, como la razón o razones de su solicitud; tiene usted la palabra”.

Visto desde hoy, resulta curioso que el planteamiento debería haber sido el de hacer una serie de preguntas, como había sido habitual en las pasadas anteriores entrevistas; por eso yo no quise hablar de memoria, pues ellos sabían de memoria lo que yo había solicitado y lo que podría responder:

Opté por  tomar seis fotocopias de mi solicitud original y las entregué  en la mano de  cada uno de los miembros del Tribunal, dando también una copia al  Padre José María Carda, por cortesía y con permiso del Presidente; el P.  Carda, mi amigo y guía, colocado allí por mi Obispo Antonio Dorado Soto (de eterna memoria) desde mi salida de Guadix; había estado presente en todas las entrevistas, aunque nunca había intervenido con palabra alguna.

Me senté y esperé hasta dar tiempo a que todos ellos leyeran el documento, y el Presidente me invitara a continuar; fueron momento de observación por mi parte de los gestos, movimientos y miradas de cada uno; era como empezar de cero, y gocé mucho de que estos  comisionados del Papa, por fin, habían tomado en serio el tema de mi solicitud.

Aprendí mucho de aquellos clérigos vaticanos, cuyos nombres nunca supe, ya que, pensaba entonces y sigo pensando hoy, que eran personas de una gran preparación   y especial competencia en Teología, para ser jueces en el análisis de mi solicitud que había pasado de la Congregación del Clero a la Congregación para la Doctrina de la Fe, por su contenido teológico, unido a una Solicitud de Dispensa de Celibato con la particularidad del manifiesto deseo de seguir ejerciendo el Sacerdocio, en las condiciones actuales, mi vida matrimonial.
…….
SUEÑOS Y POEMAS SOÑADOS”
Desde las lejanas latitudes donde los incas alzaron sus ciudadelas hasta las dependencias papales de la Ciudad del Vaticano. 

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