“Como en otras ocasiones difíciles y
graves de mi vida, la noche del 3 al 4 de junio/76, me quedé toda la noche en
la capilla, junto al Sagrario, entregado a la oración y descargando las
preocupaciones que me angustiaban el
alma:
-
deseaba
ser fiel a la voluntad divina sobre mi futuro;
-
lloraba
el sufrimiento que podría ocasionar a la Iglesia con mi aparente abandono de
obligaciones eclesiales;
-
una
y otra vez repasaba mi decisión, ya antigua, de luchar para lograr el cambio
de una Ley que, a pesar de varios siglos
de vigencia y, según tantas experiencias, con pésima observancia real;
- mi lucha contra corriente, de tantos años,
me había herido gravemente y dejado
cicatrices profundas e imposibles de disimular;
- el mismo Papa Paulo VI tenía en sus manos mi
nombre y deseos firmes de obtener la Dispensa de mis compromisos celibatarios;
-
a
veinticuatro horas de mi entrevista con la Comisión Pontificia, creía que las
decisiones estaban ya tomadas para el Informe Oficial al Papa;
-
pensaba
con sinceridad que la razón estaba de mi parte, pero imaginaba
también que había
otras personas, entre ellas Paulo VI, que podrían ver las cosas de forma
contraria, y negarme todo;
-
la
noche se me hizo corta e insuficiente para orar, reflexionar, meditar,
arrepentirme, fortalecerme y llorar lo bastante como para tranquilizar mi
conciencia y mi espíritu ante la “HORA D”.
- CONTINUA _
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