domingo, 19 de agosto de 2012

SUEÑOS INSÓLITOS, 16, 3

La niña me dijo¨:
“tome , “padrecito lindo”,
usted también tiene hambre;
dejó su cesta olvidada
cerca de mi pobre tienda;
váyase alegre y feliz
porque ya todos comieron
de ese pan que no se agota
y de esos peces  tan ricos
que salen y que no cesan
de ese cesto cochambroso,
que huele a mirra y a incienso”.

Me levanté aturdido
de aquel rincón maloliente,
del perro “garrapatero”;
me sacudí la sotana
de misionero descalzo,
de obispo sin solideo,
territorio, ni palacio,
ni choza, casa ni estero.
    Subí sudando caminos
del empinado sendero
entre fícus, higos tunas,
del blanco azul de su escudo,
abrazado a la serpiente
libre y salvo por el águila,
entre su garra y su pico.
    Le rogué que me soltara
en aquel otro rincón
de la ladera y pendiente
sin pistas de aterrizaje
llena de “paracaidistas”.
    Me recibieron gozosos,
viendo al ángel esperado,
que les traía el asfalto,
remedio de barrizales,
luz eléctrica en sus calles
agua corriente en sus casas
y la  esperanza en sus mentes.
Fin del SUEÑO, 16
   

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