al descubrir por ti mismo/a
de cuanto tu eres capaz
al abrir tu corazón,
sin reservas, sin medida,
al valor de los demás.
Y como el deber divino
de realizar tu trabajo,
a pesar de estar ligado
y teñido de sudor,
a las lágrimas amargas,
como antídoto eficaz
ante la torpe pereza,
el voraz aburrimiento,
del hambre y del pecado;
es una fácil manera
de servir a los demás,
si se hace con amor,
por la santificación.
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