martes, 10 de mayo de 2016

Diálogos en el Vaticano,33. AQC. 915


Estos, y no otros, fueron los motivos personales de no aceptar jamás cargos episcopales que me ofrecieron a lo largo de mi vida, en Chile, en Perú y en España.

En aquellos días y en mis  circunstancias, independientemente de cualquier otro planteamiento, yo había comentado a otros, por primera vez en mi vida, mis intenciones de investigar, razonar, escribir y dar a la Iglesia una Tesis Doctoral sobre la necesidad de revisar, razonar y actualizar aquella  “Ley del Celibato”, en cuanto ella se refiere a los curas de almas como Sacerdotes Seculares Diocesanos.

Ante la sumisión, mezclada con la falta de observancia que siempre ha estado y ha
acompañado a dicha Ley, mi rotunda afirmación de que la Ley del celibato no es de origen divino ni tiene valor dogmático alguno.

Dejé claro, desde el principio, y siempre, que no estoy en contra de la práctica de la virginidad y celibato, vividos de forma íntegra, que tantos santos y santas han vivido de forma heroica con votos o sin ellos.

Estaba, y estoy en contra de la coexistencia de unos Votos y unas  Leyes  sobre la Pobreza, la Castidad y la Obediencia, que son mancillados por las mentiras, ante Dios, ante los demás hermanos y ante si mismos, a que siempre acompaña el abuso del dinero, del sexo y la incomprensión, dejando un reguero de lágrimas y sufrimientos de gentes inocentes.

La idea causó un cierto estupor en el Profesorado y en los Alumnos, mis compañeros de Teología; oí algunos comentarios, afirmativos y negativos.

Les gustaba la idea, pero las posibilidades de que esta se implantara en la Iglesia Católica Romana, la veían lejana y casi imposible; aún reconociendo la necesidad del cambio.
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Date una vuelta por esa otra realidad que cura el espíritu:
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