viernes, 6 de mayo de 2016

Diálogos en el Vaticano, 31. AQC. 913


A mediados de octubre, D. Raúl Silva Silva. Párroco de Nuestra Señora del Carmen, en Ñuñoa, con quien colaboré mientras estudiaba, me invitó a que le acompañara al señor Cardenal Silva Henríquez, que era, a la sazón, Arzobispo de Santiago; fue una entrevista  muy agradable y positiva; era evidente que estaba al día de todo el trabajo que habíamos desarrollado en los meses precedentes en Ñuñóa; hasta ahí todo fue fácil y cordial; pero salió el tema que yo temía;  cuando el Cardenal Silva Enríquez dijo:

“Padre Pedro, Don Raúl me ha hablado mucho de usted, y me ha manifestado la idea de que usted le acompañe en sus nuevas actividades como obispo; yo le aconsejo que se quede con nosotros; no le prometemos dinero ni otro tipo de recompensa; ya se por D. Raúl que usted tampoco lo aceptaría por motivos de vida según el santo Evangelio que pide a los apóstoles de Jesús dad gratis lo que gratis habéis recibido”.

Le interrumpí, recordando que yo tenía un contrato firmado y el  compromiso de servir a la Iglesia en la Arquidiócesis de Lima; me sentía honrado y le daba las gracias por todo.

El sonrió y añadió:

“Le prometo, y D. Raúl es un buen testigo, que si se queda con nosotros, cuando pasen cinco años y Don Raúl esté conforme, usted será propuesto como obispo para una diócesis de Chile; cuente con ello.”

Le volví a dar las gracias, pero sería cuestión de dar un poco de tiempo a un asunto que a mi me parecía muy arriesgada la aceptación.

Pero, la verdadera razón, que me llevaba a cualquier renuncia, era la de poder investigar y conseguir la realización de la Tesis Doctoral sobre la correcta “Actualización de la Ley del Celibato”, referida y aplicada a los Sacerdotes Seculares Diocesanos, según el carisma vocacional de dada uno.
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