A mediados de octubre, D. Raúl Silva Silva. Párroco de
Nuestra Señora del Carmen, en Ñuñoa, con quien colaboré mientras estudiaba, me
invitó a que le acompañara al señor Cardenal Silva Henríquez, que era, a la
sazón, Arzobispo de Santiago; fue una entrevista muy agradable y positiva; era evidente que
estaba al día de todo el trabajo que habíamos desarrollado en los meses
precedentes en Ñuñóa; hasta ahí todo fue fácil y cordial; pero salió el tema
que yo temía; cuando el Cardenal Silva
Enríquez dijo:
“Padre Pedro, Don Raúl me ha hablado mucho de usted, y me ha
manifestado la idea de que usted le acompañe en sus nuevas actividades como
obispo; yo le aconsejo que se quede con nosotros; no le prometemos dinero ni
otro tipo de recompensa; ya se por D. Raúl que usted tampoco lo aceptaría por
motivos de vida según el santo Evangelio que pide a los apóstoles de Jesús dad
gratis lo que gratis habéis recibido”.
Le interrumpí, recordando que yo tenía un contrato firmado y
el compromiso de servir a la Iglesia en
la Arquidiócesis de Lima; me sentía honrado y le daba las gracias por todo.
El sonrió y añadió:
“Le prometo, y D. Raúl es un buen testigo, que si se queda
con nosotros, cuando pasen cinco años y Don Raúl esté conforme, usted será
propuesto como obispo para una diócesis de Chile; cuente con ello.”
Le volví a dar las
gracias, pero sería cuestión de dar un poco de tiempo a un asunto que a mi me
parecía muy arriesgada la aceptación.
Pero, la verdadera
razón, que me llevaba a cualquier renuncia, era la de poder investigar y
conseguir la realización de la Tesis Doctoral sobre la correcta “Actualización
de la Ley del Celibato”, referida y aplicada a los Sacerdotes Seculares
Diocesanos, según el carisma vocacional de dada uno.
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