Sin embargo este
punto, como otros muchos, han permanecido en estado de un “secreto suspense” hasta nuestros días, por
aquello de que “hay otras muchas cosas
más urgentes de solución”.
Juan Pablo I, que sólo
vivió un mes como Papa, y sonrió como ningún otro Papa lo ha hecho, hasta
ganarse el apodo de “el Papa Sonrisa”, no quiso intervenir en este escabroso
tema, por lo que prefirió lanzar al viento miles de solicitudes de dispensa,
dado el convencimiento del poco tiempo de que disponía, dado su terminar estado
de salud.
Así lo hice comprender
a mi Obispo, don Antonio Dorado que, sin dudarlo un momento, me animó a
redactar de nuevo ese mismo día el documento de Solicitud idéntico al mismo
rechazado por la Santa Sede, y se lo
entregué en mano.; pero no cambié ni una sola letra del que había escrito
anteriormente.
Entendía que estaba
tan ajustado a la verdad, que, en conciencia, era correcto.
Como era de rigor, le
advertí que si insistían en la negativa, yo estaba dispuesto a viajar a Roma y
explicar mis palabras y mi posición como teólogo en la Sagrada Congregación de
la Doctrina de la Fe.
Ahora era cuestión de
esperar, seguir mi vida trabajando y
orando por todos los asuntos que llevaba
entre manos.
El 10 de octubre/75,
Antonio Dorado me escribe una carta
personal y el día 16 de diciembre otra carta de Leovigildo Gómez
Amézcua, Canciller Secretario del
Obispado de Guadix-Baza, antiguo amigo del Seminario, y de ahora; ambos me
explican, cada uno desde su punto de vista y en cumplimiento de sus funciones,
la forma de proceder para llevar a cabo mi decidido deseo de completar la vocación de mi vida, uniendo
en mi persona las dos facetas humanas de la vocación con que Dios me llamó:
“Ser Sacerdote Casado,
al estilo de los primeros Apóstoles, la
Patrística Primitiva y haciendo valer la
declaración conciliar, que la recordamos sin cesar, de que - el Celibato ya no
es imprescindible como /condlio, sine qua non/ para acceder al orden Sacerdotal, al tiempo de valorar la santidad
y ejemplaridad de vida de los clérigos y presbíteros de Rito Oriental de la
misma Iglesia Católica romana”; sin olvidar la santidad del estado conyugal de
los casados, seglares o sacerdotes.
…….
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