miércoles, 18 de mayo de 2016

Diálogos en el Vaticano, 37. AQC. 919


Sin embargo este punto, como otros muchos, han permanecido en estado de  un  “secreto suspense” hasta nuestros días, por aquello  de que “hay otras muchas cosas más urgentes  de solución”.

Juan Pablo I, que sólo vivió un mes como Papa, y sonrió como ningún otro Papa lo ha hecho, hasta ganarse el apodo de “el Papa Sonrisa”, no quiso intervenir en este escabroso tema, por lo que prefirió lanzar al viento miles de solicitudes de dispensa, dado el convencimiento del poco tiempo de que disponía, dado su terminar estado de salud.

Así lo hice comprender a mi Obispo, don Antonio Dorado que, sin dudarlo un momento, me animó a redactar de nuevo ese mismo día el documento de Solicitud idéntico al mismo rechazado por la Santa Sede, y se  lo entregué en mano.; pero no cambié ni una sola letra del que había escrito anteriormente.

Entendía que estaba tan ajustado a la verdad, que, en conciencia, era correcto.

Como era de rigor, le advertí que si insistían en la negativa, yo estaba dispuesto a viajar a Roma y explicar mis palabras y mi posición como teólogo en la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe.

Ahora era cuestión de esperar,  seguir mi vida trabajando y orando  por todos los asuntos que llevaba entre manos.

El 10 de octubre/75, Antonio Dorado me escribe una carta  personal y el día 16 de diciembre otra carta de Leovigildo Gómez Amézcua,  Canciller Secretario del Obispado de Guadix-Baza, antiguo amigo del Seminario, y de ahora; ambos me explican, cada uno desde su punto de vista y en cumplimiento de sus funciones, la forma de proceder para llevar a cabo mi decidido deseo  de completar la vocación de mi vida, uniendo en mi persona las dos facetas humanas de la vocación con que Dios me llamó:

“Ser Sacerdote Casado, al estilo de los primeros  Apóstoles, la Patrística Primitiva y  haciendo valer la declaración conciliar, que la recordamos sin cesar, de que - el Celibato ya no es imprescindible como /condlio, sine qua non/ para acceder al orden  Sacerdotal, al tiempo de valorar la santidad y ejemplaridad de vida de los clérigos y presbíteros de Rito Oriental de la misma Iglesia Católica romana”; sin olvidar la santidad del estado conyugal de los casados, seglares o sacerdotes.
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