miércoles, 4 de mayo de 2016

Diálogos en el Vaticano,30. AQC. 912


Preámbulo:

Deseo que los lectores de estos Diálogos, adviertan el carácter teológico de todo el procedimiento, y que, aunque no hayan estudiado teología, sí pueden entender la necesidad de todo creyente en un Creador, que es esencialmente Amor; que esa Fe en Él, obliga al creyente auténtico t sincero a ser consecuente y demostrar su Fe con el testimonio de sus obras de cada instante, ya que “la Fe sin obras está muerta”.

Todo el proceso está dentro de esta idea: “VIVIR EL EVANGELIO”.
Este afán de vida es la consecuencia de todo cuanto he pensado, dicho y hecho, y así será, mientras viva; “SER O NO SER; esa es la cuestión.”

VIAJE A ROMA, desde el principio.

A finales de octubre/1975, en una conversación con Mons. Antonio Dorado Soto, Obispo entonces de mi Diócesis de origen, Guadix, me informó de que Roma había respondido negando mi Dispensa de Celibato, porque observaban en el texto de la Solicitud,  indicios de una postura teológica contraria a la Doctrina actual de la Fe, mantenida por la Santa Sede  en el Vaticano.

El dato era bien sencillo; yo había solicitado seguir ejerciendo el sacerdocio desde mi futura nueva vida siendo ya Sacerdote casado, pues según la Tradición, desde Jesucristo mismo hasta entrado el Siglo IV, los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, incluso Papas, empezando por Pedro, el Pescador de Galilea, eran casados;  y la Ley fue aplicada a toda la Iglesia universal  por el II Concilio de Letrán, en el  1139; esto puso en guardia a los clérigos de la Sagrada Congregación del Clero y remitieron el tema de mi Solicitud a la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, por si se encontraba algún contenido heterodoxo, o algo parecido.

El tema de las dispensas era entonces algo raro y nuevo en la Iglesia Católica, si bien a raíz del Concilio Vaticano II, con  el que se abrieron expectativas de reformas profundas, de actualización entre las que estaba presente el tema del Celibato Obligatorio de los Sacerdotes Diocesanos Seculares.

Para mi no era algo nuevo; ante los compañeros, Profesores, Superiores, Rectores y el propio Obispo, yo  planteaba la necesidad de volver a los orígenes, ya desde el Seminario Menor.

Incluso cuando propuse llevar a cabo una tesis Doctoral en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Santiago de Chile, en 1963, se causó un revuelo de “no recomendable”.

Entendí que Dios me llamaba a seguir un duro camino por recorrer, contra viento y marea, y luchar con la esperanza de que la Iglesia recuperara su vocación inicial de ofrecer el Sacerdocio a hombres solteros y casados, a imitación de Jesucristo; lo que me ha llevado a consagrar toda mi vida a defender esta posibilidad.

Estoy convencido de que ese día no está tan lejano; y no lo espero para mi, sino para el bien de la Iglesia y de las almas, porque Jesuristo así lo quiso.

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