La gente tiene derecho a saber
Yo no rechazo ni tengo nada en contra
de los numerosos documentos y recomendaciones de Santos Pontífices y Padres de
la Iglesia cuando recomiendan tan ardientemente la práctica de la virginidad
consagrada “por amor al Reino de los Cielos”; yo también opino, afirmo y defiendo
esa virtud, cuando es perpetúa y heroica fuente de santidad; pero me horroriza
pensar que haya personas que, habiendo comprometido su vida con un voto de
castidad virginal, se hayan convertido en los peores depredadores sexuales que
se burlan de Dios, de la Iglesia y de todos los hermanos.
La Castidad se puede y se debe vivir
tanto en la vida consagrada virginal como en la vida consagrada en el
Matrimonio.
No es momento de comparaciones odiosas
que condenan sin razón una u otra situación y formas de vivir; me atengo a la
realidad con que nuestro Creador ha llamado a cada uno, ya que tan santa es una
situación como la contraria, siempre que ambas se vivan con limpieza y
fidelidad.
Terminada la reunión y las despedidas,
se produjo un lapso de silencio.
Estábamos ya de pie, llamé la atención
de todos y dije para dejar clara mi posición de fidelidad al estado de gracia e
hijo de la Iglesia:
“Dejo constancia de que si ustedes me
conceden la Dispensa, contraeré Matrimonio, pero si no, seguiré célibe y será
toda la responsabilidad de su terquedad ante la verdad innegable de que el
hombre Casado y Sacerdote puede ejercer sus funciones y poderes sacerdotales,
recibidos por el Orden Sagrado del Presbiterado, según Jesucristo y su Evangelio.”
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