jueves, 23 de febrero de 2012

BUSCANDO EL SENTIDO DE LA VIDA

Hemos comentado con frecuencia el sentido de nuestra vida en este mundo;
hemos oído muchas veces a personas más o menos allegadas expresiones como estas:

-       “tengo ya cincuenta años y no encuentro el sentido de mi vida”
-       “es muy difícil encajar bien en esta sociedad, tan rara y egoísta”
-       “tengo trabajo y me siento muy querido entre los míos,
       sin embargo me encuentro perdido
       en comprender por qué y para que hago lo que hago”
-       “siento desasosiego en mi vida personal, y esto me produce una inmensa pena”
-       “se pasan los años y no encuentro la manera de sentir satisfacción
       ni manera de sentirme feliz”
-       “a pesar de que lo intento, no alcanzo a estar alegre conmigo”
-       “no tengo paz interior, y me sorprendo pensando que soy un fracasado de la vida,
       mientras todos los demás consiguen los objetivos que se proponen;,”
-       “estoy anclado en el perfeccionismo de mi profesión,
       y creo que todo me sale mal,
       o no lo bien que me gustaría
-       “no  logro salir de mi rutina y soledad personal en medio de tanta gente”
-       “me atormenta la idea de vivir equivocado”
-       “a veces lloro en mi intimidad con el aburrimiento de no saber qué hacer”
-       “echo de menos las palabras de personas experimentadas que me ayuden
       a encontrar un camino de salida, que me lleven a sitio seguro”
-       “alguien, algo y/o yo mismo hemos cometido errores y/o fallos garrafales”
-       “ me pregunto ¿si yo ya estoy desahuciado de la vida y no tengo remedio
        al tiempo que mi vida se agota?”

Personalmente he vivido situaciones humanas de clientes espirituales
que venían a pedir ayuda en momentos de tristeza suma y desesperación al límite.

Un Sacerdote, guía de almas, confesor de pecados, a veces gravísimos,
animador del espíritu y consuelo de afligidos, no puede permitirse el lujo
ni la debilidad de encogerse de hombros ni mirar para otro lado,
cuando están en juego la vida, la alegría y la salvación de los demás.

Los sentimientos de un hombre-Sacerdote de Jesucristo son tales
que abarcan desde el momento de sentir en sí la vocación al Sacerdocio
hasta en el último momento de su vida terrenal;
este es un testimonio vital que me lleva a pensar que el don de dicha
vocación viene impreso en los embriones primigenios del recién engendrado
futuro Sacerdote; luego vendrá el desarrollo a lo largo de la vida;
ello se nota desde que el individuo llamado a ser Sacerdote, se da cuenta
de que su vocación no es tanto un asunto personal, en cuanto que no es él
el que ha elegido ese camino, sino que ha sido marcado por un agente exterior a él,
y que él solo tiene que aceptar, o no, libremente, andar dicho camino.

Cuando uno es ya Sacerdote y es conocedor de la misión a la que ha sido
llamado sabe, por ello mismo, que ese don sublime del Sacerdocio,
le viene de afuera, lo que le llena de felicidad y gratitud ante tanta grandeza;
al mismo tiempo nace de su interior una fuerza infusa que le empuja a ser puente
entre las almas de su cercano semejante, de la comunidad de la que forma parte,
familia, vecinos, pueblo, país o mundo, al que está vinculado.
Existe una responsabilidad personal que lleva al hombre Sacerdote
a la entrega total de su ser a la misión corredentora del mismo Jesucristo
(hablamos desde el seno del Cristianismo Católico, sin negar las diferentes
característica de cualquier sacerdote en cualquier expresión religiosa de las muchas
que existen en el mundo) con El nos sentimos vitalmente identificados.

Razón sobrada para intentar ofrecer con nuestra vida, primero,
y con nuestra palabra una luz, por diminuta que esta sea,
sobre el alma de nuestros hermanos atormentados, maltratados por la vida
y por la muerte, la enfermedad, el trabajo u otras contradicciones existenciales.

No somos ni los más sabios ni los más buenos; pero nuestro carácter sagrado
nos empuja a cumplir nuestro papel de retransmisores y altavoces
de las Palabras y los Silencios del Gran Desconocido,
Padre Universal, que nos eligió para este fin.

Nuestra voz no se basa en la “palmadita en la espalda” ni repetir palabras
rutinarias para “cumplir el expediente” y “quedar bien” ante los demás;
nuestro mensaje ante nuestros/as hermanos/as no es “un paño caliente”
que se ponga en la herida sangrante del alma y el corazón de un desgraciado
viviente al que la vida ha apaleado con brutalidad; nuestro mensaje
es una voz profética, a veces acusadora de la terrible culpa y errores
que nuestros semejantes han cometido ante la justicia y el amor paciente
de un Dios Creador y Padre que no quiere nuestro sufrimiento,
sino nuestra felicidad y alegría de vivir.

Los seres humanos somos muy dados a la queja, a las “lágrimas de cocodrilo”
para arrancar compasión de los demás; la vida es dura,
y la muerte más aún, y no podemos ocultar la realidad ante nadie.

Nuestros abrazos y cosuelos están desnudos de intereses humanos personales,
 no estamos pendientes de la recompensa y la gratitud de nadie;
nuestro amistoso amor y desprendimiento nos lleva a límites
insospechados hasta no sentir ni el derecho a recibir ni lo más mínimo de nadie;
nuestra vida es absoluta gratuidad, ya que todo lo que damos,
antes lo hemos recibido gratis; es pura gracia.

En el crecimiento humano y cristiano de muchos hay multitud
de carencias en los aspectos físicos, psíquicos y educacionales,
que van pasando su factura a lo largo de la vida de cada uno,
esto va produciendo un desgaste de fuerza interior que impide
dar una respuesta adecuada a cada resbalón, caída o contradicción,
que van asomando de forma imprevista y repentina,
causando estragos, lágrimas y incluso desesperaciones
irreparables en cada recodo del camino individual.

Parece como que la mayoría de la gente fue educada y entrenada para el éxito,
los aplausos y los premios, y no para el dolor, la contradicción y el sufrimiento;
como la vida real es un proceso continuo de luces y
sombras, de laureles y espinas, de dulces y amargos sabores,
de buenas y malas noticias, se hace imprescindible
el entrenamiento para templar nuestro carácter y capacidad
de respuestas equilibrada y natural ante cualquier emergencia
en los acontecimientos que van ocurriendo en el vivir de cada día;
si no vamos venciendo por etapas cada suceso, corremos el peligro
de ser aplastados por el peso de los mismos, cuando estos nos visitan 
de forma repentina y acumulada.
      Cuando nacen nuestros hijos, nuestro ánimo de hacerles
la vida agradable y feliz, nos arrastra a tratarles
como príncipes, hasta el punto de ocultarles la verdad sangrante de la vida,
y crecen hasta la mayoría de edad soñando paraísos a veces irreales y ficticios,
hasta que,  por su ignorancia y malformación, empiezan
a ser zarandeados a zarpazos por la realidad misma que ellos desconocen.

Este “sinplejo de superioridad” se torna en “complejo de inferioridad”
cruel con el que a veces llegan hasta la inmadurez humana
que arrastra su sombra hasta la propia ancianidad.

A todo ser humano hay que invitarle a realizar un examen
de su propia conciencia personal a repasar
(de acuerdo con su capacidad de entendimiento
y discernimiento humano espiritual, volitivo y mental)
todo el acontecer evolutivo de su crecimiento y desarrollo; 
cuando no pueda hacerlo solo, debe ser ayudado por una persona
que goce de un mínimo de su confianza, en que no tiene cabida la mentira
ni el interés egoísta que ensucian y contaminan todo lo que tocan;
el éxito suele ser inmediato.

1-    nunca es tarde para la enmienda de los errores cometidos;
2-    la culpa de no encajar, no la tiene la sociedad, sino cada uno de nosotros;
3-    todo el quehacer humano encuentra su sentido, cuando reconocemos que todo
cuanto hacemos es un servicio a los demás y por ellos al Creador de todo;
4-    el desasosiego e inseguridad es siempre un producto del miedo,.. ¿a qué?
5-    la FELICIDAD es directamente  proporcional  al grado de FIDELIDAD;
6-    la alegría no está en las carcajadas, está en el hecho de existir, de vivir;
7-    el fracaso no existe, él es el trampolín para saltar más alto y seguro;
8-    “queriendo hacer el bien, me encuentro el mal entre las manos”(Pablo de Tarso)
      es el grito de las personas íntegras, alégrate por ello, estás en línea;
9-    si amas a todos sin medida, toda la gente te amará, y tendrás paz;
10- la verdad absoluta no es patrimonio de nadie, confía en El Que es la Verdad,
11- “dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados” (dijo Jesús);
12- esa persona existe y está muy cerca de ti, pídele que te ayude, lo hará;
13- tienes toda la razón, y el remedio está en tus manos, ponte en marcha, ya;
14- el tiempo es tuyo, no lo pierdas y ganarás con él la eternidad.      

El SENTIDO DE LA VIDA  reside dentro de cada uno de nosotros;
si estás perdido en el campo y no sabes
cómo encontrar un punto al que dirigirte,
porque has perdido el norte de tu entorno,
moja tu dedo en tu propia saliva, alza tu mano y notarás el fresco
sobre la parte de tu dedo mojado, ese es el norte referencial que te permitirá
 la justa orientación de tu ubicación geográfica; debes aplicarte,
si has perdido la brújula del sentido de tu vida,
y deseas recuperar el norte de tu existencia; rebusca en la sequedad
más profunda de tu desilusión algún resquicio de Fe, de Amor o de Esperanza,
y en la humedad residual de tus lágrimas pensantes, encontrarás el lado fresco
espiritual que calmará tu sed y un rayito de luz reflejado en ellas que iluminará
tu camino a seguir.

Aunque la realidad sacerdotal sea tan borrosa y esté altamente desprestigiada
en todo nuestro entorno social, encontrarás una mano tendida sagrada
que gratuitamente llena de amor divino limpiará la sangre de tus heridas,
aliviará tu angustia, reconstruirá tu corazón partido y calmará la fatiga
de tu alma dolorida, resquebrajada; yo nada valgo; te lo garantizo con el divino
valor de mi vida consagrada,  que es tuya más que mí;
mi misión es como la de una escoba, que limpia y luego se olvida en un rincón. Y Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario