OPINIÓN:
¿LAS DESVERGÜENZAS?
( de la ONU y/o de la Iglesia)
COMENTARIOS de un lector.: > 16
de febrero de 2.014.
Tomar una posición defensiva
en un tema como este, es una aberración histórica semejante al problema mismo.
Respetando con todo el rigor
que merece la vida sexual, tal como aparece en sí misma en el amplio espectro
de la propia naturaleza, sólo cabe admitir y defender como bueno lo que EL, el Gran desconocido, hizo bueno al
crear el mundo bajo el “impulso” del amor eterno con que hizo todo cuanto
existe, incluido el ser humano con distinción de sexo.
Todos los cuerpos, incluidos
los humanos, nacen, crecen, se reproducen y mueren; y todo esto “era y es
bueno.”
El sentido negativo se lo ha
dado el ser humano con su lúcida inteligencia, su innegable libertad y sus
impulsos pasionales.
Admitidas estas ideas fundamentales, podemos reflexionar
sobre las consecuencias a las que la comunidad humana ha llegado arrastrada por
la violencia de sus bajas pasiones y de sus instintos desenfrenados.
Una de estas consecuencias es
la malformación sexual, que radica en una extorsionada educación infantil por
parte de algunos padres, tutores, educadores, inadecuados.
El abuso, la prostitución, la
homosexualidad y el lesbianismo son tan antiguos como la propia humanidad,
(ahora, sin más, podríamos hacer una relación detallada de casos históricos
acaecidos en la diversas culturas que se han enraizado en nuestro Planeta); que
cada uno investigue personalmente.<
Muchos y muchas, hombres y
mujeres, podrían contarnos la verdad de sus experiencias en familia, amigos,
vecinos, en los colegios, seminarios y conventos, en que siempre l@s mayores
han insinuado, provocado, iniciado y abusado de menores.
A estas alturas de la historia
nadie ya se escandaliza de nada!
Ponerse a la defensiva ya no
vale.
Comparar sacerdotes, monjas,
profesores con soldados, putas y
gimnastas, es dar palos de ciego sobre el saco que contiene nuestros propios
pecados, desórdenes e irresponsabilidades.
La generalizada corrupción que hoy invade nuestro mundo,
nuestras instituciones y nuestras conciencias, no nos deja ni un mínimo espacio
de queja, reproches ni justificación.
No lleva razón la Iglesia,
cuando acusa a la ONU de ingerencia en los asuntos internos del Vaticano,
cuando ella, la Iglesia, lleva, al menos, diecisiete siglos manipulando a sus
hijos en cuanto al sexo se refiere, imponiendo el celibato a los sacerdotes
diocesanos que, al igual que aquellos primeros Apóstoles, “enviados, como
ovejas entre lobos”, a vivir solos en medio del mundo; ya Pablo se quejaba de
que él también tenía derecho a “ir acompañado de una mujer, como Pedro y otros
Apóstoles”.
Muchos obispos y creyentes
desearían tener Sacerdotes Casados, en vez de sacerdotes puteros a los que se
les consiente llevar una mala vida “con tal que no se sepa, para evitar
escándalos.”
Y... no entramos, por pudor
humano, en las obscuridades conventuales y evitar malos olores; allá ellos y
ellas.
¡Son muchos siglos de
silencios culpables generalizados!
No lleva razón la ONU que, por
tener sobrados motivos para callar sus culpas y descuidos, como institución
mundial que representa a la gran mayoría de naciones y gobiernos, debe asumir
los silencios y carencias asistenciales de millones de seres humanos que mueren
de hambre y graves privaciones de educación. agua, pan y medicinas en
condiciones de cruel abandono total en tantos rincones de la Tierra, mientras
consiente los despilfarros escandalosos de países poderosos a costa de robar
materias primas y mano de obra mal pagada.
Si la ONU actuara en
consecuencia del poder que maneja, no sería tan suave a la hora de denunciar
tanto abuso de poder, de dinero y tanta corrupción política, social y sexual.
Las ingerencias en las
conductas y procedimientos ajenos de los demás, no son injustos cuando son
proféticas; cuando un profeta
denuncia los errores, pecados colectivos y las acciones torpes, no se le
puede tachar de intromisión, aunque sus tales denuncias sean molestas e
incómodas.
La ONU y la Iglesia tienen
diferentes cometidos; pero ambas coinciden en ser servicios universales a los
mismos ciudadanos y habitantes de la Tierra, en lo material y lo espiritual.
Admitimos que todo ser humano,
al nacer, es bueno por pura naturaleza; como un lienzo sin estrenar; está todo
por hacer y depende de lo que el pintor dibuje en él.
Todos estamos llamados a la
perfección y todos contamos con dos elementos elementales, la capacidad libre
de crecer y la influencia, mala o
buena, de los demás.
Como miembros de la ONU e
hijos de la Iglesia, vivimos en la frontera, material y espiritual, del bien y
del mal; y a ninguno se nos exime de la responsabilidad de colaborar.
Con la Ley Natural, fuente
radical de cualquier otra ley, y con la Conciencia personal, como buen Juez e
inequívoco de toda humana conducta, hemos de dar una respuesta sincera ante
cualquier situación conflictiva que se plantee en la obligada convivencia
social y religiosa que pueda surgir a lo largo del camino.
Hoy mismo vivimos situaciones
de corrupción y conflicto de interpretación en el proceder de legisladores y
conductas; la calle reemplaza a los parlamentos; la gente ha perdido la fe y el
respeto a las leyes.
Los gobiernos ya no cuentan
con la alta autoridad moral de otros tiempos y suelen recurrir a la fuerza
bruta policial para aplacar la furia de los disconformes y ahogar sin piedad
los justos derechos humanos de los débiles.
Los ciudadanos de la mayoría
del mundo están ya cansados de tanto sufrir, de tanto trabajar y luchar, viendo
como sus beneficios van a parar al bolsillo de los poderosos, de los ricos,
políticos, banqueros y gobernantes.
En nuestro siglo han sucedido
tantas cosas que, hoy por hoy, se puede esperar con razón que se produzca algún
fenómeno social capaz de corregir el rumbo de la historia; lo justo es el
reconocimiento general y poner remedio pacífico para evitar que corra más
sangre y dolor en las masas populares.
La paz precisa de la justicia
en la equilibrada distribución del trabajo, la cultura, la riqueza y los productos de la
Tierra.
Frente a los desórdenes y la
desesperanza de algunos, cabe la
paciencia, la cordura y la bondad de las mayorías humanas que pueblan la
faz de la Tierra; pero es preciso que los buenos y pacientes ciudadanos salgan
también a la calle, exijan con la fuerza de su Fe, la seguridad de su Esperanza
y su inequívoco comportamiento vital de Amor, OBLIGUEN pacíficamente a los
actuales responsables de la situación en la que estamos.
No es tiempo de represalias,
injerencias y acusaciones; es hora de reconocimiento, perdón, arrepentimiento y
corrección de los errores cometidos; y esto exige mucha valentía y esfuerzo.
Tanto la Iglesia como la ONU
manejan y cuentan con medios suficientes para comportarse, ellos y sus
afiliados; promover un cambio radical de disposiciones y conductas que sirvan
de ejemplo de religiosidad, honradez, generosidad y puesta al día de leyes ya
trasnochadas, que no sirven para nada.
Es preciso que la prudencia en
el proceso de renovación esté presente; pero no se admite la negligencia y la
parsimonia con que se ha venido aplicando en los últimos siglos precedentes; el
vértigo de esta época está impulsado por rápidos adelantos cibernéticos que, si
no nos movemos a su ritmo y exigencias, podríamos llegar tarde.
La Velocidad y el Tiempo han marcado
una nueva dimensión en nuestro común Espacio.
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