

de "SI EL GRANO DE TRIGO:::")
Tenía yo tres años cuando tuvo lugar la muerte de mi abuela paterna, Francisca
Pérez Simón; murió en un cortijo de la
Rambla de Olúla, jurisdicción de Oria,
en la provincia de Almería. El
cortijo se llamaba “La Ramblíca”, y había nacido y
vivido siempre en el, ya que
pertenecía a los antepasados desde el tiempo de los
Reyes Católicos tras el fin de
la Reconquista de España que al culminar la toma de
Granada en 1492, el Marqués
de los Vélez pagó con tierras los servicios prestados
a la Corona por los
soldados reconquistadores, de los que uno de ellos fue nuestro
antepasado
venido desde Tarragona, Tomás Juan de Tortosa.
Mi corta edad solo me dejó un
recuerdo vago de su físico; estaba comiendo “migas
moras” de flor de harina en
plato y cucharas redondas de hierro en compañía de mis
hermanos; quedaron impresas
en mi retina y memoria las lágrimas de mis padres y
la imagen de mi abuela de
setenta y cinco años ya muerta en la cama.
Un año más tarde moría también
mi abuelo Tomás Tortosa Masegosa, a la edad de
setenta y siete años; a el sí lo
recuerdo vivo, ya que se vino a vivir en casa, pues
ninguna de sus tres hijas le
atendieron, siendo mi madre su nuera la que le prestó la
atención que precisó
en su ancianidad; le recuerdo muy triste y con la tendencia senil
de querer
volver a su “Ramblíca”, mientras gritaba:
“quiero ver a mi “mujuer”
(como decían los hombres de entonces en aquellas tierras
y tiempos, para
referirse a su esposa).
Mi madre le tenía que
consolar, mientras le traía a casa
desde el tramo de camino que
había andado en busca de su esposa, sin admitir
que había muerto meses antes.
Pronto murió también él en
nuestra casa; yo le ví amortajado sobre una manta extendida
en el suelo;
(después he sabido que la posición recta del difunto en el suelo estaba
relacionada con aquello del “rigor
mortis”).
He querido
ser fiel a la corta y lejana experiencia de la muerte de seres humanos.
La noticia de que había muerto
alguna persona cercana, siempre la relacionaba con estos
hechos de mi primera
infancia.
Ya en el Seminario menor, tuve
una cercanía mayor en la muerte de Don Justo, el
anciano Rector, cuyo velatorio
correspondió a los seminaristas que, por turnos, fuimos
pasando durante
veinticuatro horas rezando el santo rosario junto a su cadáver.
Tenía yo 16
años y estudiaba Segundo curso de Bachillerato.
Al año siguiente, un Sacerdote
joven, Antonio Peregrín, al que habíamos conocido
de seminarista y asistido a su
Primara Misa, enfermó tan gravemente que murió en
pocos meses y a la edad de 27
años; por haber estado dos años siendo el guía y Director
de canto gregoriano,
nos llegó muy hondo a toda la comunidad,
Cuando aún estaba con vida,
pidió que le administraran los Sacramentos de la Unción y
Santo Viático solemne
y festivamente; nos dio las gracias a todos por elcariño que había
recibido; y
dijo una frase de las que no se olvidan:
“cuando llegue a la presencia
de Dios, rogaré por todos vosotros”;
Exijió que durante el tiempo que
le quedara, le pusieran durante las veinticuatro horas
música gregoriana;
durante una semana, que aún vivió, fue colocado en una gran aula de
estudio, sobre una cama, donde permaneció acostado igualque si ya estuviera muerto;
era
impresionante entrar en aquella habitación, verle en situación estática y oyendo
melodías
gregorianas de profunda espiritualidad.
Recuerdo la sensación
generalizada y los sentimientos de todos con una idea fija que duró
mucho tiempo: todos
querríamos tener una muerte semejante a la suya.
Pasaría sólo un año para que
yo sufriera en carne propia lo que
he calificado sin tapujos y
con toda la crueldad
imaginable como “crisis de muerte y de fe”.
Cuando terminado mi cuarto
curso de Bachiller, llegué a m casa familiar, encontré a mi
padre, con
cincuenta y cuatro años, enfermo y a punto de morir; permanecí a su lado los
catorce días que aún vivió, hasta que vencido por el dolor y el imperio de la ley natural
falleció
inclinándose sobre mi pecho y entre mis brazos.
Querer ahora describir aquella
realidad sangrante, sería imposible. Mis diecinueve años
de entonces no daban
para tanto; fueron momentos de un desgarro total:
Tuve la sensación de que el
mundo se hundía bajo mis pies. Cayó sobre mi como
una inmensa losa que me
aplastaba, no sólo físicamente, sino de forma psicológica y
espiritual, Sufrí
una crisis de Fe y quise abandonar el Seminario y dejar los pocos
estudios que aún llevaba
(recién había terminado el cuarto curso de Bachillerato).
La muerte de mi padre cambió
mi formas de ser y de pensar; la vida y el dolor me había
rasgado el alma y
parecía como que habían matado y aniquilado mi niñez.

apoyo de mi hermano
José que con su sabiduría natural, ya que careciendo de estudios
básicos y
apenas sabía leer y escribir, supo reconducir mi vida personal hasta hoy; creo
que toda persona, cualquiera que sea su realidad, debe tener y dar
oído a las palabras de otra
persona de confianza que intenta tranquilizarnos, y que debemos
aceptar como guía en nuestra desorientación de
perdidos en la selva de la existencia humana.
“rezaré mucho por su alma”
“que descanse en paz”
“él era mi mejor amigo”
“lo recordaremos toda la vida”
“nunca lo olvidaremos”
“ha sido tan bueno para todos”
“era una santa”
“cuánto ha sufrido”
“que Dios le tenga en su gloria”
“le tendré presente en mis
oraciones”
“cuánto hemos gozado y sufrido
juntos”
“cuánto vamos a notar su falta”
“Dios le ha llamado a su lado,
pues era muy bueno/a”
“era amigo de todos”
“...pero la vida sigue”
“no debe matarnos la tristeza”
“tenemos que seguir adelante”
“seguiremos haciendo lo que
él/ella no pudo completar”
“la muerte nos lleva a todos por
delante”
“la muerte es una realidad
inevitable”
“aquí no quedará nadie”
· después de cien años... todos
calvos”
“bebamos y comamos, que mañana
moriremos”
“la vida es para disfrutarla y
vivirla con alegría”
“morir es tan natural como el
nacer”
“de nada estamos tan seguros como
de la certeza de la muerte”
Y podíamos seguir recordando
las frases de la gente en torno al hecho de la muerte que cada
día se hace
presente en los hogares de los seres humanos.
No solo mueren los seres
humanos; también mueren toda clase de animales y de
plantas, aves, peces e
insectos; hasta las piedras se deshacen y todo cuanto existe se trasforma
y
cambia de estado, debido a su débil consistencia y a su contingencia
permanente, variable y
destructible por naturaleza.
Tenemos la experiencia
continua de nuestra inconsistencia existencial, de nuestra total
dependencia
universal, no solo en el orden personal, sino de todo ser que nos rodea; hasta
la misma tierra que pisamos se mueve y se deshace bajo nuestros pies.
Estamos como colgados de un
hilo quebradizo y tan débil, que podemos pasar de la vida a
la muerte en un
instante preciso; ser conscientes de ello, puede ayudarnos a comprender la
grandeza y la pequeñez de la vida que anima nuestro cuerpo.
Nuestra capacidad de
reflexionar y pensar, soñar e imaginar, nos permite salir de nosotros
para
indagar más allá de nuestras barreras materiales, buceando, con las
limitaciones de que
estamos revestidos, en las esferas intangibles, etéreas y
llenas de misterios insondables,
queriendo encontrar desesperadamente ese
“clavo fijo y ardiente” al que agarrarnos.
Genéticamente el ser humano
siente el hambre insaciable de vivir eternamente;
nada ni nadie logra apagar el
ansia de vida que impregna nuestro existir.
En los albores de cada vida
humana palpita como una semilla a punto de germinar la sutil y
misteriosa
necesidad espiritual de una realidad sobrenatural que supera la
simple naturaleza de las cosas
materiales; y se alza la voz interior que grita en toda
persona, sin excepción:
“¡¡¡ ABBA, ABBA, ABBA...mamá...
papá...tata...ABBA, Pater !!! “
“ABBA” la palabra universal
que todos los seres humanos
nacemos diciendo y pronunciando,
de forma automática, y sin haber tenido
tiempo para aprenderla;
palabra congénita que nace
impresa en nuestra lengua y nuestra mente, como un
mensaje del más allá de la
vida, cuya significación es “la petición de cuanto se
necesita para subsistir” con
la que nacemos y expresamos la necesidad vital.
Es el grito que retumba en
todo el universo mundo, más allá de todos los límites del tiempo y
del espacio;
es el grito del mismo mundo visible e invisible: es el
grito de la vida y de la
muerte, desde los simples electrones y neutrones atómicos
hasta la complicada
envergadura, ordenada y/o caótica del cosmos completo.
ABBA ante el
misterio de la vida
ABBA ante el misterio de la
muerte
ABBA ante lo conocido y lo
desconocido que rodea nuestro infantilismo
ABBA ante El Gran Desconocido
ABBA ante el Creador que hizo
posible y real todo lo que existe.
ABBA es el
grito de Fe ante todo lo que no
entendemos ni podemos dominar.
Cuando en la oscuridad de la
noche existencial, aparece una chispa de luz ante
nuestra borrosa mente, es
porque cerca tenemos el “Hierro ardiente al que fijar nuestra vida
y agarrarnos
hasta quemarnos con el fuego del Amor divino”, Amor
que nos salva elevando a la
categoría de eterno nuestro pobre ser temporal.
Aunque nadie puede aliviar
nuestro dolor ante el hecho insoslayable de la muerte
de nuestros seres queridos y
amigos, debemos asirnos con manos
y dientes al único valor
que convive desde el principio de nuestros recuerdos
existenciales y que claman sin cesar en
nuestro espíritu de creyentes (me
cuesta tanto admitir, a pesar del inmenso respeto que siento
por ellos, que
halla personas ateas).
“ABBA, Pater... AYÜDANOS, Padre”
en esta hora de dolor sin consuelo, a ser
fieles a la Fe en la Esperanza de alcanzar tu Amor eterno en
compañía de nuestros
seres queridos, porque confiamos plenamente en tu Misericordia
infinita, para con ellos
hasta lograr nuestra resurrección con Jesucristo
nuestro Redentor.

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